sábado, 21 de marzo de 2009

PENSAMIENTOS DE MEDIA NOCHE DE UNA MENTE POCO LUCIDA

Leyendo esta semana las noticias, me entere que Google ha liberado
mas de 500.000 libros con licencias expiradas.
Que sentido tiene entonces ahora el proyecto, me dije a mi mismo??
mmm no se, pero por más que pienso
Siento que no puedo quedarme así sin mas ni más.
Ahora es cuando siento entonces que debe seguir el proyecto no publicando libros cualquiera, sino libros de verdad de dificil acceso para muchos, ahora es cuando siento que debo hacer publico completamente opio en las nubes, que debo publicar mi libro del cachalandran amarillo, que Angelitos empantanados debe ser conocido por más personas en el mundo. Y que más raro que lo que nosotros mismos escribimos, esos cuentos que se nos salen por la piel, por los dedos, esos que se convierten en tinta y quedan plasmados en una hoja guardada en un cajón de nuestras habitaciones. Esos textos que quizás nos da miedo mostrar porque hablan demasiado de nosotros, o por que creemos que no son lo suficiente buenos para mostrarselos a alguien, o aquellos que quizás son tan buenos que nosotros sabemos que son buenos.
Quiero publicar todos esos textos escritos por cada uno de ustedes inspirados quizás en un poco de opio, quizás inspirados por unos cuantos tragos o por la sangre hirviendo en el interior de sus venas. Todo aquel que quiera compartirnos algo que haya escrito espero su texto.
Espero que alguno se anime.

jueves, 19 de marzo de 2009

Estadisticas

Como para no dejar morir este sitio entonces me sirvo publicar todo lo logrado en cuanto a estadisticas de acceso a esta página. Así podemos hacernos una idea de cuantos adoramos este libro o por lo menos hemos escuchado de él. Somos una pequeña muestra aleatoria pero suficiente para sacar algunos valores estadistico.

Estadisticas generales
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Acceso a páginas
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¡¡¡Mil gracias a todos!!!
Att. Pink Tomate

domingo, 15 de marzo de 2009

LINK DEFINITIVO PARA EL PROYECTO LIBROS INMORTALES

Luego de mucho buscar y de un intentento fallido por fin he encontrado un buen lugar donde llevar a cabo el proyecto "Libros inmortales".

La dirección es la siguiente:
http://sites.google.com/site/librosinmortales

Como siempre google es quizas la mejor opción.

sábado, 21 de febrero de 2009

CAPITULO 10: LA SUCIA MAÑANA DE LUNES

Hace calor. La noche está caliente. Parece como si estuviera en la mitad de una pistola ardiente, recién disparada. La noche huele a pólvora, a dinamita con flores y alcohol. Estoy perdido. Pienso en amarilla, es su olor a babas perfectas. Qué maricada. Ese olor me persigue por todas partes trip trip trip. Toda la noche hemos estado deambulando con Lerner por las calles. No hemos tenido suerte esta noche. Ni una puta ratica. A veces pienso que la vida de gato es un poco difícil. Sin embargo, con algo de whisky es llevadera. Lerner me ha pedido que lo lleve un poco a los bares, un poco a la vida, un poco a la noche porque mierda, Lerner dice que con Job su expectativa de vida de gato se reducía a una galleta de coco en la mañana, leche en la tarde, un poco de atún en la noche y yo le digo a Lerner no Lerner así no se puede y entonces Lerner me claro viejo Pink así no se puede trip trip trip. Mierda, Lerner ya está aprendiendo a hablar como todo un gato vagabundo, qué cosa tan seria trip trip trip.
Bar Kafka
Asientos rojos. Un ventilador destila airecito sobre las cabezas de todos esos hombres y mujeres que fuman y murmuran en medio de nubes de humo azul trip trip trip, que vaina tan jodida. Le digo a Lerner que todo bar tiene su historia. Creo que el asunto es así. Para pedir una cerveza en el Bar Kafka hay que decir que al despertar esta mañana, tras un sueño intranquilo, me hallé convertido en un monstruoso insecto y me dieron ganas de una cerveza. Entonces lo más seguro es que el hombre que atiende el Bar Kafka conteste que qué vaina, que sus innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con las de las nenas que asisten al bar, ofrecen a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia, que qué vaina tan jodida trip trip trip, que se vaya a otro bar, qué le vamos a hacer. Lerner me dice que así no se puede trip trip trip y claro, yo le respondo claro Lerner, así no se puede.
Bar La Gallina Punk
En la entrada del Bar La Gallina Punk hay una pequeña horca de la que uno jala y suena un alarido. Entonces algún punk flaco viene, abre la pesada puerta negra y dice qué punk y claro, hay que responder qué punk trip trip trip. Le digo a Lerner que la cuestión aquí adentro es moverse dando codazos y patadas y que cuando un punk se levanta una punketa triste la invita a una cerveza y le da patadas en el culo. Una patada significa te amo y quiero acostarme contigo, levantarme a la mañana siguiente, no lavarme los dientes y decirte que te amo así no tenga empleo en una fábrica de embutidos, en una fábrica de llantas o de cigarrillos. Dos patadas en el culo quiere decir te amo mucho, me quiero acostar y vivir un mes contigo, pero te odio también. Tres patadas significan te amo demasiado como para vivir y acostarme contigo. Sólo quiero que nos besemos, que tomemos cerveza, que compartamos nuestros pésimos olores y que después cada uno se salga por la puerta del bar y nos olvidemos de esta noche tan punk trip trip trip. Aquí adentro huele a desempleo. A grasa. A no futuro. A me vuelvo mierda ahora trip trip trip. Solamente se toma cerveza la bebida de los obreros. Así es la vaina y Lerner me responde claro Pink, así es la vaina.
Aquí viene gente que nunca se lava los dientes, gente que sólo come arroz y cerveza y que fuma cigarrillos negros sin filtro. Una vez al año se lleva a cabo la ceremonia del No Futuro y entonces se reúnen, cierran el bar, ponen Sex Pistols toda la noche trip trip trip y a la media noche se cogen a patadas en las huevas, porque no hay caso seguir procreando desempleados y claro, cuando suena God Save The Queen un elegido se abre las venas y después lo sacan a la calle entre tres o cuatro y lo llevan corriendo y el punk va regando su sangre por esas calles llenas de calor, odio, pestilencia, fango y desolación. Le dan tres o cuatro vueltas a la manzana y cuando ya se está muriendo trip trip trip, mierda, directo al hospital, a urgencias. Claro, allá los médicos ya se conocen la historia y lo alcanzan a suturar con puntos. Luego de dos horas llevan de regreso al punk al Bar La Gallina Punk y éste muestra con orgullo los puntos de su brazo qué punk trip trip trip y se cogen a patadas hasta el amanecer, qué cosa tan seria.
Bar La Sucia Mañana de Lunes
El bar abre los domingos en la tarde. A las cinco. Densas nubes de humo azul cubren el ambiente. El humo se desliza por los hombros, por las manos, por las nalgas, por las tetas de aquellos hombres y mujeres que están sentados en la barra, en silencio, chupando su cigarrillo lentamente, sin afán trip trip trip. Nadie habla con nadie. Nadie le enciende un cigarrillo a nadie. Nadie se llama Nadie. Nadie tiene a nadie. Nadie se fuma su cigarrillo. Nadie se toma su vodka con hielo. Nadie tiene el culo frio. Nadie ama a nadie. Nadie odia a nadie. Nadie es nadie. Nadie tiene la mirada yo no sé trip trip trip, qué vaina tan jodida. Nadie viene todas las noches y le dice a Nadie oye Nadie no te acerques a nadie. Nadie no quiere nada con nadie trip trip trip. Una noche. Nadie se levantó de su asiento en la barra y se dirigió al baño, al fondo a la derecha muñeco, entró y cerró la puerta. Luego Nadie se miró al espejo, al sucio espejo que había reflejado muchos nadies en muchas tontas noches de domingo y entonces Nadie se dijo no soy nadie, qué vaina tan jodida trip trip trip y se destapó los sesos con una pistola y tal vez nadie pensó en la canción de Lennon que dice que la felicidad es un revólver ardiente trip trip trip. Nadie escuchó el disparo que provenía del wc, al fondo a la derecha. Pero Nadie no murió en el acto. Antes de morir escribió en el espejo de wc que odiaba la sucia mañana del lunes, qué vaina tan jodida, y de ahí salió el nombre del puto bar trip trip trip. Desde ese día la víspera de los lunes los habituales del bar se dirigen al wc y vomitan en honor a Nadie que bautizó con su sangre, un poco de pólvora y vodka la sucia mañana de lunes en el espejo del wc, qué cosa tan seria.
Bar El Acuario Nuclear
Las muñecas se menean en el fondo del bar. Las miradas recorren los muslos dorados, las nalgas ensopadas en aceite brillante y en la oscuridad los hombres obtienen una erección con un poco de cerveza, con cigarrillo, con un poco de muévete así muñeca así muñeca, lo haces muy bien trip trip trip. Siempre es la misma historia de siempre. Una canción de Donna Summer, hey muchachos miren hacia acá, una cerveza y entonces, qué vaina tan jodida, las luces se apagan, sale una muñeca, se pega de la barra como si fuera un animal salvaje al que están a punto de sacrificar y empieza a rasgar su traje de luces en medio del humo trip trip trip. Una noche de agosto el Bar El Acuario Nuclear convocó a sus habituales a una fiesta en conmemoración de la primera bomba atómica. La atracción principal era una muñeca llamada Enola, como el avión que llevaba la bomba. Todo el mundo llegó puntual. Pasaron primero otras muñecas, nada especial en todo caso, le digo a Lerner y Lerner me responde claro Pink, nada especial, y entonces a la media noche apareció Enola vestida como piloto y empezó a desvestirse lentamente. Las luces del lugar se apagaron y en el fondo se escuchaba el sonido de un avión y la muñeca tenía en sus manos un micrófono y mientras se iba destapando dejaba escapar a través de sus labios carnosos, violentos y nocturnos, esas palabras mojaditas hey muchachos miren hacia acá, que rico jet tienes trip trip trip y los hombres contestaban en coro claro muñeca lo haces muy bien trip trip trip, qué vaina tan deliciosa, qué rico pecar contigo y mierda cuando ya estaba casi en cueros sacó de su liga un taco de dinamita y lo encendió con el cigarrillo que llevaba en su boca y lo empezó a mamar con rabia, tal vez con amor trip trip trip y luego lo lanzó a las mesas donde los hombres gritaban eso muñeca así lo estás haciendo muy bien, qué vaina tan jodida y mierda, pum, el bar voló en mil pedazos trip trip trip y desde ese día ningún hombre pudo obtener una erección durante algún tiempo mientras reconstruyeron el bar, qué cosa tan seria.

lunes, 16 de febrero de 2009

Hola a todos.
Quiero una vez mas agradecer a los que por aca vienen, a los que dejan sus comentarios y opiniones, tambien a quienes dejan sus letras por aca.
Tambien quiero comentarles una idea que tuve anoche mientras leia un libro de cuentos. El libro se llama "El cachalandran amarillo" de Germán Castro Caicedo se los recomiendo personalmente me gusta bastante. La cosa es que mientras lo leia recordé que hace mucho tiempo ya me sentaba en mi casa en algún rincón de mi casa acompañado por una amiga a leer libros, no se lo que nos gustara. Era muy agradable, el problema era que el acceso a algunos libros no era muy facil que digamos, sobre todo porque en esa epoca vivia yo en un pueblo pequeñito. Pense entonces que quizas así como algunas personas como nosotros gustamos de leer este libro y que mientras yo subo capitulo a capitulo hay otras personas que esperan para poder leerlo. Así mismo pues sería delicioso poder tener acceso muchos otros libros.
Me coloque entonces en la tarea de averiguar que pasa con los derechos de una obra. Y resulta que luego de pasado un tiempo de muerto un artista la obra pasa a ser de pertenencia de la humanidad entera.
Basado en este precepto propongo entonces que quienes deseen acompañarme en la labor de transcribir libros y hacerlos de acceso a la humanidad me dejen aca su comentario. De esta manera yo podré contactarlos y así vamos a poder planear una estrategia para atacar este proyecto.
Espero sus comentarios y sus aportes. Cuidense mucho y hasta la proxima.

domingo, 8 de febrero de 2009

CAPITULO 9: OPIO EN LAS NUBES

No sé cómo empezar. Te conocí en el Opium Streap Tease y me dijiste que te llamabas Harlem y también me dijiste que te gustaba el whisky, las mañanas de sol y tantas otras cosas de las que no me acuerdo. Yo te dije que me llamaba Gary, Gary Gilmour y que acababa de morir en la silla eléctrica y no me creíste. Pensaste que estaba loco, que tal vez había bebido demasiado y te fuiste a la pista a sacarte tus ropas, a regar un poco de sudor aquí y allá mientras tocaban Boys Don’t Cry y yo pedí una cerveza y te vi allí desde la barra y me pareció que olías un poco a Boys Don’t Cry, un poco a mañana de miércoles y no parabas de mover tus muslos, tus ojos, tal vez mirabas hacia arriba, hacia esas luces que olían a tomate, tal vez buscabas a Dios en la mitad de aquellas luces amarillas y rojas que daban vuelta encima de tu cabeza, de tus sueños de manzanas podridas y cuando se acabó Boys Don’t Cry volviste hacia mí y nos pusimos a hablar, hablamos de todo, creo que hablé de tus cigarrillos y te pedí que me dejaras pasar la noche contigo pero tu me dijiste que qué va, que no era posible y me dieron ganas de escribir tu nombre en el cielo, cerca de las nubes, ganas de escribir tu nombre con whisky, con vodka, con cerveza, con pequeños gritos, con sudores, con orines. Después te fuiste de mesa en mesa y te pusiste a repartir besos y claveles rojos a todos esos hombres que tenían mirada de pepino cansado y que te decían con sus miradas y desde el fondo de sus vestidos chillones que tú Harlem eras la mujer, que Harlem era esa noche llena de canciones confusas y rotas, Harlem era tener esos labios rojos que decían palabras de amor, Harlem esa no ir a trabajar al otro día, Harlem era tener ese olor a yegua cerca de los vasos de licor, Harlem era Boys Don’t Cry a las doce de la noche, Harlem era noche de lluvia mientras daban en la radio el reporte del tiempo, Harlem era no saber si era sábado o domingo o viernes o martes o cualquier día, Harlem era quedarse mirando tus ojos en medio de aquellas luces, tus nalguitas, tus téticas perfectas, Harlem eran tus manos llenas de lluvia, tus dientes llenos de palabras secretas, Harlem era decir quiero hacer el amor contigo sobre una colina sembrada de tomates rojos en una mañana de verano, Harlem era tu pelo salpicado de sudor y luces de colores, Harlem era mi camisa de recluso y en el bolsillo unos cigarrillos sin filtro, Harlem era fumar al lado tuyo y dejar que el humo azul impregnara tus labios asesinos, esos labios rojos, Harlem era coger una jeringa y llenarla con un poco de tus babas, con un poco de tu olor e inyectársela en la cabeza, Harlem era asaltar un banco o un tren en nombre tuyo y dejar escrito tu nombre, ese nombre, en las paredes, en los rieles, en el aire, en la hierba, Harlem era ir a vomitar al baño todo el whisky y pensar en ti, Harlem era escribir tu nombre con la lluvia, Harlem era ensopar un auto en gasolina y whisky y prenderle fuego, Harlem era tener una erección sin remordimiento en la mitad de aquel bar que olía a opio, a cerveza y a soledad concentrada, Harlem eras tú caminando entre las mesas regalando un poco de tu nombre un poco de tu olor aquí y allá, Harlem eran tus manos llenas de vasos, llenas de monedas, llenas de sueñitos, de palabritas roticas, Harlem era saber que más de media noche y que afuera llovía y hacía calor, Harlem era el sabor de tu boca, ese sabor a carretera, Harlem era el olor de la electricidad, de los voltios, Harlem era soñar contigo en una playa llena de niños, arena y barcos, Harlem era un domingo contigo en la playa, Harlem era cogerte y lamerte todo tu nombre, todo tu cuerpo, toda tu soledad.
Desde que te vi quede envenenado, Harlem. Eres como esa canción, Wild Thing, de Hendrix. Tenias la misma lógica de la heroína, me produjiste el mismo efecto porque te vi y me dieron ganas de inyectar tu nombre en mis venas me dieron ganas de ir al baño del Opium y mirarme frente al espejo y decir mierda You make my heart sing wild thing, me dieron ganas de escribir tu nombre con sangre en el fondo de mi vaso de cerveza, ganas de que me cortaras la venas con tus labios rojos mientras te tocaba las tetas. Ganas de desangrarme entre tus piernas mientras me hablabas de ir a la playa.
Después te esperé en la puerta del Opium Streap Tease. Eran las tres de la mañana y la noche olía a gasolina. El cielo estaba plagado de estrellas y por la carretera pasaban los autos llenos de ruidos y canciones. Caminamos un rato por la carretera sin saber a dónde ir. Simplemente íbamos y te cogí el brazo y te dije que me acompañaras a Zimbawe a una pradera llena de cebras blancas y negras y me respondiste que no, que no sabías nada de animales, que tenias suficiente con los animales que iban al Opium, que más bien nos fuéramos a dormir, que tenias sueño, me pediste que te contara un poco de mi vida y entonces te dije que había estado ocho años en prisión, que mis dos únicos amigos eran Max y un árbol que había en la prisión, que mis dos únicos amigos eran Max y un árbol que había en la prisión y te pareció gracioso, insólito. Tú me respondiste que nunca habías tenido amigos árboles, entonces encendimos un cigarrillo y nos sentamos en el borde de la carretera y te conté que para tener un amigo urapán, por ejemplo, había que acercarse y hablarle en las mañanas y orinar en su tronco en las noches, un poco como los perros y sobre todo hablarle, eso, hablarle al árbol, al urapán y decirle oye amigo urapán, aquí estoy yo, allá estás tú, oye amigo urapán me voy a fumar un cigarrillo bajo tu sombra, bajo tu olor a silencio, bajo ese olor a viernes y a jueves que siempre tienes y tal vez voy a soñar un poco, voy a soñar que soy un boxeador y que riego un poco de sangre en el ring, voy a soñar que me tomo un whisky en una mañana de domingo soleada tal vez voy a leer un libro, un poema, dos poemas tristes, tres poemas tristes, cuatro poemas tristes, llenos de ballenas, cinco poemas tristes que empiezan diciendo un viento salvaje recorre mi corazón, un viento salvaje me arranca de ti. Te reíste Harlem y dijiste que estaba loco, chiflado, que tenia pura mierda en la cabeza. Yo te respondí que en la prisión tenía la cabeza llena de whisky con sol, con alambre de púas y desde que te había visto tenía la cabeza llena de olas de heroína, que estaba envenenado, alucinado por tu nombre, por tu manera de cogerte el pelo, por tu forma de decir ahora no Gary, tócame después de que pase ese auto y me pediste que siguiera con el cuento de la ciencia de tener amigos árboles y te dije claro, pero antes te pedí que me dejaras ver en medio de ese océano de heroína de tu nombre, cosa salvaje, Wild Thing, you make me feel like a wild thing y entonces seguí con mi rollo.
Una vez que se le ha hablado al urapán hay que escuchar sus silencios, sus susurros, pues él te dice muchas cosas, él siempre está ahí, es testigo de los amaneceres, eso es lo más importante y sobre todo es testigo del paso de los días. Pero lo más importante de todo es que se puede dormir bajo sus ramas y sueñas cosas que nunca sueñas en otra parte. Es algo increíble los sueños de todos los hombres, conoces a todas las mujeres, conoces a todos los aeropuertos, todos los cielos, todos los mares, todos los bares. Te dije que solamente había que cerrar los ojos y pensar en aquellas hojas mecidas por el viento, por la noche, y entonces llegaban hasta ti todas las mujeres que hubieras querido conocer, mujeres que llegaban hasta tus sueños y te daban un beso en la frente, en las manos mientras en tus sueños llovía. Luego te ibas con esas mujeres a un bar y hablabas de las puertas, de los parques y en tu sueño seguía lloviendo. Eran mujeres que llegaban hasta tus sueños y se sentaban junto a ti con las manos sobre las rodillas y te miraban por entre la lluvia, por entre las hojas del árbol y te decían que no lloraras, que metieras tu mano entre su cabello, entre sus téticas calientes, entre su boca y luego esas mujeres te llevaban a algún parque donde había muchos árboles y te los presentaban. Eran árboles que tenían nombres, árboles que se llamaban un poco como los leones, un poco como las mujeres, un poco como los silencios, un poco como la lluvia, árboles que se llamaban Marruecos, Lenguadentro, Brooklyn, Corazón de Perro, Castillo Amarillo, árboles que sabían a ojos claros, a lluvia con hojas secas y entonces después me dijiste que ya tenias sueño y nos quedamos dormidos al borde de la carretera. Al otro día cuando el sol salió nos despertamos y fuimos al mar y nos limpiamos la cara. El día olía a opio y también un poco a ti, a Harlem, a labios rojos, a hielo con whisky. Hacia las diez de la mañana me dijiste nene hasta aquí llegó todo me voy y yo te dije está bien, siempre es así no hay nada que hacer. También te dije que cada vez que tuvieras un sueño con lluvia era porque yo estaba debajo de un urapán soñando contigo, con tu olor a opio, a hielo, a noche y me dijiste está bien nene eso pensaré y entonces te fuiste caminando por la playa y yo me quedé sentado viendo el mar, ese mar triste lleno de heroína, cosa salvaje y deseé con toda el alma estar Zimbawe. Cuando ya te habías perdido bajo la luz creo que pasó un avión de propulsión a chorro y me pareció que ese avión escribía tu nombre con gasolina en las nubes. Eran las nueve de la mañana y ese avión escribió Harlem sobre el cielos azul. Cosa salvaje.
Y me dieron ganas de ser nube, ganas de estar allá arriba en ese cielo azul con los ojos cerrados pensando en ti, en tu forma de decir mi nombre, en tu forma decir oye Gary ven a mi lado y me cuentas más cuentos de tus amigos los árboles, ganas de estar en esas nubes y oler el olor de tus senos, el olor de tus zapatos, el olor a lluvia de tus ojos, ganas de estar con una botella de whisky para siempre en el nombre, en tu nombre Harlem escrito por ese avión y marearme en cada una de las letras de tu nombre, H, A, R, L, E, M, y quedarme ahí entre las nubes y tener tu imagen, ser tu imagen, ser el olor de tus calzones, ser el olor de tus licores, ser tu forma de caminar, ser tu forma de mover los brazos, ser tus sueños llenos de lluvia, opio y heroína, cosa salvaje, mierda.
Gary lloró aquella noche y destrozó parte del Café del Capitán Nirvana. Antes de irse abrazó a Max como si fuera su hijo y le sobó la cabeza. Luego cogió una botella de whisky y se sentó sobre la arena. Eran las cuatro de la mañana. Cuando el sol estaba saliendo vino hasta nosotros y se despidió.
- Oye Max, alguna viene Harlem por acá dile que siempre hay un urapán y un sueño con ella.
Después se fue hacia el mar y se metió en el agua. Eran las seis de la mañana. Max se quedó un rato en la playa mirando hacia el sitio donde Gary había desaparecido bajo las aguas. Después vino al Café del Capitán Nirvana, saco la pelota de béisbol y regreso de nuevo a la playa y la lanzó hacia el mar con rabia, con tristeza. El día olía a opio, a pelota de béisbol, a la curva número seis, a Harlem.

sábado, 24 de enero de 2009

CAPITULO 8: HELGA LA ARDIENTE BESTIA DE LAS NIEVES

Era lunes o tal vez martes, no puedo precisarlo. Ese día jugamos béisbol con Max en la playa. Max sacó la pelota que le había regalado Gary Gilmour y jugamos toda la mañana sobre la arena. Cada vez que le lanzaba la pelota Max le decía oye Max ¿la curva número cinco? Y Max me respondía claro Sven la curva número cinco y entonces la mañana empezaba a oler a la curva número cinco y mierda, Max parecía no cansarse de lanzar la pelota hasta que yo le decía nuevamente oye Max esto mucha mierda, y Max me respondía efectivamente Sven esto es mucha mierda, y finalmente terminábamos rendidos sobre la arena, llenos de sudor, llenos de luz, de tedio, con ganas de una copa de whisky con mucho hielo, con ganas de quedarnos en el Café de Capitán Nirvana viendo pasar los días bajo el sol, esto es mucha mierda.
Después fuimos con Max al puerto. Entramos al Bar Osiris.
Las mesas estaban rotas. Había algunos vasos todavía con licor. El Osiris olía caballo viejo, a eructo, a labial barato. Nos sentamos en la barra y nos pusimos a hablar. Hacía un calor infernal. Las moscas revoloteaban a nuestro alrededor. Yo me senté en la esquina de la barra donde solíamos sentarnos con Amarilla cada vez que veníamos al puerto a ver los barcos blancos los domingos. A Amarilla le gustaba venir los domingos a ver los barcos blancos anclados en la bahía. Antes de venir al puerto íbamos a la Avenida Blanchot y comprábamos los diarios para ver la página de los caballos. Esas mañanas de domingo hablábamos de caballos. Tomábamos jugo de naranja en los parques y yo me dejaba llevar por el olor de las hojas secas que tenía la ciudad.
Después cogíamos el autobús rojo y nos veníamos con Amarilla al puerto. Siempre entrábamos al Bar Osiris a tomar una copa. Amarilla decía que no soportaba los domingos sin alcohol. Sentía que era mejor cruzar el mar de los días a bordo de una lata de cerveza o al interior de un vaso de vodka con hielo mientras el ventilador giraba sobre nuestras cabezas incesantemente y en la radio del Osiris sonaba Don’t Bother Me y entonces siempre llegaba un marino borracho a hablarnos en inglés, que pesadilla, Little child Little child common with me Little child y entonces yo le decía a Amarilla ¿nos vamos nena? Y ella decía no nene todavía no. Siempre nos quedábamos un rato más. Un rato más en el Bar Osiris viendo como pasaba la mañana del domingo por entre los hielos del vodka, por entre nuestras manos y mierda ¿nos vamos nena?, y ella no nene, todavía no y la cosa se ponía mas tediosa. La música penetraba al ambiente lentamente Little child common with me, vamos muñeca, claro muñeco vamos y por fin salimos del Osiris.
Luego íbamos al puerto a confundirnos con el olor a acpm de esos domingos. El acpm se pegaba a las palabras de Amarilla, a mi camisa de tigre triste, al cielo, a las nubes, a mi lata de Heineken, a los besos. Nos sentábamos a ver los barcos blancos de la bahía y Amarilla cantaba canciones tristes. En la tarde volvíamos a la ciudad un poco rotos, un poco inciertos, con las nalgas cansadas, con las miradas llenas de acpm, de cebolla, de gasolina, de vodka. Regresábamos a nuestros cuerpos llenos de arena, de espuma, de mierda de gaviotas, oliendo a pantano, café y contrabando. Siempre caíamos al mismo parque lleno de hojas secas y carros de perros calientes. El cielo siempre estaba triste. Los domingos al atardecer siempre olían a eso, a tristeza con acpm.
Claro. El parque. Las hojas secas. La tarde. Las babas de Amarilla. Las babas del día. Las hojas secas. Siempre nos apostábamos debajo del árbol donde en la niñez había construido una casa de madera con Leonid y Bayer, dos chicos con las rodillas rasgadas por las correas compradas en el almacén Ley. El parque. Las hojas secas.
Amarilla.
La conversación era siempre la misma. Le decía a Amarilla que en ese árbol construí mi primera casa de madera. Era un día de lluvia y había llegado del colegio con la cabeza echa un ocho porque no comprendía muy bien por qué los ángulos de los triángulos sumaban entre sí 80 grados no entendía nada de nada ni en las mañanas ni en las noches era una tarde de lluvia y tenía la cabeza al revés y junto a Bayer y a Leonid los otros dos mocosos con los que andaba nos pusimos a construir una casa de madera en el árbol recuerdo que el sol pegaba fuerte sobre nuestras cabezas y mientras íbamos pegando puntillas Bayer que era el más grande de los tres hablaba de que había que hacer una escalera especial para dejar subir a los fantasmas en las noches una puntilla aquí otra puntilla allá otra mas allá jueputa me machuque el dedo una cura Bayer échese babas muchas babas y diga sana que sana culito de rana si no sanas hoy sanarás mañana o más bien sana que sana culito de viejo si mamas hoy mamarás mañana dilo Sven dilo el caso es que duramos tres días armando la casa yo tuve que robarme una cuantas tablas de las camas de la casa por su parte Leonid desarmó la casa de su perro y Bayer desbarató el carro de madera de su hermano menor yo era el arquitecto y al tercer día se le metió la idea de que aquella casa iba a ser para la chica a la que unas semanas atrás no había podido decirle nada por culpa del Buick o de la Ford roja o del Chevy no recuerdo bien estaba mareado tenía un millón de babas metido en la garganta en los ojos tenía todo el cuerpo lleno de roticos de nalguitas de olorcitos del olorcito ese que producen las chicas a las tres de la tarde un olor entre el atún y las begonias un olor a yogurt de fresa y pan francés y habíamos declarado un estado de emergencia amorosa porque yo estaba enamorado de una chica que chupaba helado de vainilla con ron con pasas que compraba en la esquina en la tienda del señor Orson que siempre estaba fumando Derby en el mostrador y siempre nos decía hola muchachos cómo están hoy hay chocolates suizos baratos baraticos y nosotros solamente mirábamos la sección de revistas oiga Orson que tal la playmate de diciembre espectacular espectacular tiene un trasero y un bomper mejor que la camioneta donde llevo el mercado a tu mamá y entonces una noche cuando la noche de verano aplasta las nubes contra los techos tuve frente a frente a la chica que chupaba helado de vainilla con ron con pasas e iba a declarármele y esperé a que pasara la Ford roja pero nada uno nunca sabe cómo funciona la química del amor al poco rato apareció una Chevy de pronto con la Chevy me iba mejor pero definitivamente tenía un nudo de tráfico en la mitad del corazón y no había nada que hacer ya no me acuerdo muy bien por qué fue en todo caso diseñe una ventana que daba contra la calle donde vivía la vainilla una ventana especial para verla cuando salía a tomar su bus para el colegio pero los días pasaban y lo único que hacíamos allá arriba era fumar los cigarrillos malucos que Leonid le robaba a su padre mientras dormía y los días pasaban entre mucho humo de cigarrillo yo ya tenía la garganta raspada y la boca me sabía a licor porque Bayer un día llego con una botella de scotch amarillo y la destapó y el día empezó a oler a eso a whisky triste y el día se impregno con 74 grados de alcohol el sol era una naranja borracha en medio del jugo agrio de los días afuera llovía y las hojas secas no dejaban de caer y yo no dejaba de pensar en la vainilla en la deliciosa vainilla y solamente deseaba que estuviera junto a mi cerca de mi cerca del olor de las hojas secas cerca del mareo de scotch cerca de mi aliento quería quemarla decirle que había construido esa casa esa ventana sólo para ver cómo el viento levantaba su falda y para decirle también ojalá cerca del oído que sus calzones rosados me gustaban mucho y que quería colgarlos cerca de la ventana para que la casa de madera se impregnara con el olor de esos cucos de esos cuquitos rosados que seguramente su mamá los había comprado en la promoción que hacían que hacían los fines de semana en el supermercado hoy promoción de cucos rosados en la sección número cinco acérquese señora don Julio llega y usted no se puede perder la promoción y todas las señoras corrían apresuradamente parecían venados locos enredados en aquellas faldas azules amarillas negras rojas oiga mija mire que lindos cucos le combinan con el brasier voy a llevar cuatro para ti otro para tu hermana señora llega don Julio haga sus compras mierda se acabó la plata pero yo ya estaba aburrido de meter mi boca aquellos orines de perro hechos en Escocia que era como le decía Bayer al scotch y además ya me sabía de memoria la revista sueca que Leonid había traído para formar la biblioteca del club impresa en Estocolmo cuarenta páginas y una propaganda de cigarrillos suecos en la contraportada los cigarrillos en cambio ayudaban a mitigar la soledad de aquellas tardes de sol y tedio que pasaban por entre nuestros huesos lentamente como una canción lejana y triste el mundo era un inmenso balón de futbol y en cualquier momento alguien le podía dar una fuerte patada y todo se iba para la física mierda y los días eran grandes alargados panes que se iban descascarando con el paso del viento y de los minutos y no podíamos hacer nada por comer ese pan que se iba por entre nuestras manos por entre las gafas de Leonid por entre los mocos de Bayer que nunca se sonaba siempre andaba envuelto en su tejido de mocos era un moco triste pegado al pegote sucio de los días límpiate Bayer no me joda la vida Sven tome un poco de whisky entonces poco a poco la casa de madera se fue llenando de revistas suecas que Leonid fue clasificando por cucas color de pelo y tamaño de senos al mes ya nos sabíamos muy bien la lección a Helga la Ardiente Bestia de las Nieves en las mañanas era curioso pero sus enormes senos nos parecían algo del otro mundo a Leonid puedo jurarlo que la miopía le aumento mucho por esos días pensábamos que Helga trabajaba como mesera en alguna carretera sueca y por eso entre todos empezábamos a ahorrar nuestras monedas porque algún día íbamos a ir a visitar a Helga la Ardiente Bestia de las Nieves pero con Inga todo era diferente. Inga salía en las páginas centrales y ahí fue donde por primera vez Leonid se enamoró perdidamente y una tarde le escribimos a Inga al centro de sus nalgas rosadas a la punta de los triángulos agudos de sus senos y por primera vez entendimos a la perfección lo bello que era la geometría nosotros que tanto la odiábamos le escribimos una larga carta donde le decíamos que la amábamos sin haberla visto éramos tres chicos solitarios mocosos que teníamos las rodillas raspadas de tanto jugar fútbol sobre el pavimento que la amábamos que saber cómo respiraba cómo gritaba que nos mandará uno de sus alaridos aunque fuera un pelo un maldito y precioso pelo de su triangulo que nos enviara uno de sus griticos nocturnos nuestras palabras eran totalmente acuáticas liquidas húmedas y le dijimos que nos respondiera lo más rápido posible también le hicimos saber que aquí al otro lado del mundo había tres chicos dispuestos a dejar el scotch y los cigarrillos si ella Inga lo pedía los días pasaron y al cabo de unos meses recibimos una carta en un español mal redactado la carta la firmaba un tal Karl el editor de la revista y nos mandaba a decir que inga nos amaba mucho y que nos echáramos mertiolate en las raspaduras de las rodillas también decía que nos mandaba un beso de lengua a cada uno pero lo que más nos decepcionó fue que había un labial impreso en tinta negra y una letra de molde que decía fríamente Inga maldita sea ese día supimos que Inga era apenas una fotografía apenas un sello en serie de unos labios que se ponían sobre un papel blanco para que todos los chicos que hacían casas en los árboles alrededor del mundo soñaran con ella Inga la fotografía la fría fotografía entonces nos decepcionamos totalmente y clausuramos nuestras clases de cultura sueca para siempre no más no más entre tanto yo seguía soñando con la vainilla con esa vainilla que veía pasar todos los días por la ventana de la casa del árbol era extraño pero siempre que pasaba cerca del árbol el viento me dejaba ver sus cucos rosados y entonces fue Bayer o tal vez Leonid no me acuerdo muy bien el que dijo que hiciéramos una colección de calzones para colgarlos en la casa del árbol y creo que al principio cada uno hizo trampa yo le pagué a mi hermana para que me vendiera unos de sus cucos y me inventé alguna historia barata llegué y les dije oigan muchachos no me van a creer pero anoche me colé a la alcoba de la hija de Orson y mientras se duchaban le cogí uno de sus cucos pero que va pura paja pero Leonid fue el más descarado pues se robó un par del almacén en todo caso aquellos cucos no nos decían nada los de Leonid olían a algodón recién procesado hasta tenían el precio no había caso definitivamente queríamos unos cucos que olieran a sudor de sueños dulces y eternos de niñas en faldas de cuadros a niñas que comían helados a aquellas niñas que el viento despelucaba en las tardes de so mientras los perros ladraban y saltaban a su alrededor queríamos tener congelados aquellos aromas entre nuestros ojos para siempre o por lo menos mientras duraba el efecto de scotch tenerlos entre los pliegues de los días retenerlos entre palabra y palabra entre respiración y respiración entre los dientes y entre los dedos entre los pantalones entre la talla catorce y la talla quince eso era lo más importante en ese momento sentir que ese olor de alguna manera nos pertenecía y los días seguían pasando y cada vez más nos convencíamos que lo que los definitivamente eran los olores más que los colores en las mañanas el olor siempre era el mismo olía siempre a café recién preparado a jabón de espuma azul en todo caso era un olor que no incitaba a nada lo único que daban ganas era de quedarse en la cama leyendo más tarde se filtraba el olor de los perros y de las hojas secas de los parques era un olor que entraba por la ventanas y llegaba al fondo de los pulmones había algo en ese olor que me decía que allí había vida después me llegaba el eterno olor de mamá siempre olía a pan papá por su parte olía a carro tal vez Ford o a un Opel no sabría decirlo con exactitud un olor especial olía como a timón a asfalto caliente a carretera a llanta olía a algo así como un puñado de kilómetros las calles también tienen su olor a Amarilla no te desconcentres Amarilla que los olores son ese tejido invisible que conecta los recuerdos y los días mira Amarilla que cuando tu no estés mas junto a mi yo te recordaré mas por tu sudor que por tus palabras es muy importante esto que te estoy diciendo mi querida Amarilla y entonces ella me miraba y el domingo seguía oliendo a acpm con atún a hojas secas sobre el pavimento oye Sven dame otro cigarrillo claro Amarilla toma Amarilla las calles también tienen su olor las calles huelen a bicicletas dejadas en los antejardines eso es cuando uno está chico huelen a cadena de bicicleta a grasa a refresco a paleta de limón a árbol tal vez a punto huelen a muchas cosas se mezclan los olores de mamá su perfume de pan el aromad e papá el olor del perro el olor de las tres de la tarde cuando no hay nada que hacer Amarilla también huele a bus a gasolina huele a nubes apretadas fatigadas a cielo deprimido observa ese cielo Amarilla obsérvalo con esos ojos grandes huele ese cielo el olor de las calles siempre es el olor de la desolación todo parece quiero pero en el fondo todo está muerto todo parece feliz pero todo es infeliz uno cree que porque los chicos montan en bicicleta la felicidad anda por aquí y por allá pero nada de eso Amarilla nada de eso en el fondo todo es un engaño el olor de las calles nos mata lentamente nos atraviesa los huesos con precisión y nos dice que el tiempo está pasando por entre nuestros dedos y nuestros ojos y no hay nada que podamos hacer Amarilla el olor de los días es un océano invisible por donde vagamos sin saber dónde queda la costa ni los faros solamente somos islas que nos vemos intermitentemente cuando las olas bajan y entonces nos saludamos de isla a isla nos decimos hola observamos los rostros y luego cada cual se sumerge en su pequeña isla en su pequeño olor particular y se concentra en sus sudores en sus miedos en esos aromas que vienen de lo más profundo de los pantalones de los zapatos de los ojos es una especie de pecueca del alma Amarilla así como lo oyes una especia de pecueca del alma como si tuviéramos un millón de zapatos en la mitad del corazón que han andado todos los leves caminos de los días sin hallar nunca nada y luego en las noches los dejamos arrumados cerca de las palabras al otro día ese millón de zapatos negros vuelven a salir por todas las carreteras de tu rostro o del mío a hacerle autostop a la felicidad pero nada Amarilla nada recorren todos tus besos todas tus babas todas tus babas todas tus manos pero nadie ni nada los recoge siempre ese millón de zapatos va a estar con nosotros por eso a veces cuando me dices que oyes algo en mi corazón o en el tuyo no te engañes Amarilla con tus zapatos esos zapatos que llevas ahí dentro que hacen ruidos son tacones lejanos que se arrastran entre si te voy a contar otra cosa Amarilla te voy a contar a que huele esta maldita ciudad al principio me olía a parque tal vez a hojas secas llegaba a un parque y llenaba mis pulmones de hierba húmeda de banca de madera podía oler las pecas de los niños que se balanceaban en los columpios podía oler el olor de sus orines amarillos eran unos orines como todos olían a tasa blanca a calzoncillos baratos a tristeza en la boca del estomago ponme cuidado Amarilla cuando uno está niño los orines están por todos lados miras hacia arriba y las nubes te saben a orines hablas con otra chica y tus palabras te saben a orines es como si llevaras una eterna fuente de orines en todos los días de la niñez porque ese olor se pega en las bicicletas en las paletas en la cama en la pijama en el pan y en la chica que amas a veces eran orines flacos otras veces orines gordos pesados los flacos Amarilla eran los de la felicidad y cuando daban tarta de chocolate los días eran de orines flacos y cuando papá nos pegaba con su correa sobre nuestras nalgas rosadas eran días de orines gordos pero cuando veías a la chica que amabas en silencio en eterno silencio los orines se revolvían con tus palabras con tus dientes y sentías que eras una especie de acuario lleno de orines por donde nadaban tus más bellos sueños de aquí para allá mi pequeña Amarilla y por más que intentaba no me podía zafar del olor de la tristeza Amarilla es un olor que atraviesa toda la niñez.

sábado, 10 de enero de 2009

CAPITULO 7: ÁNGEL DE MI GUARDA

Estábamos con Max jugando ajedrez. El mar nos hacía llegar todo su envolvente murmullo de ballenas asesinas. Cuando estaba a punto de propinarle un jaque mate a Max, un olor fuerte a sudor y a whisky inundó el café del Capitán Nirvana. Era Gary Gilmour. Max se levantó rápidamente y abrazó a Gary. Gary era realmente grande. Parecía sacado del tronco de un árbol o algo así. Después Max se fue a la barra y trajo una botella de whisky. Gary se sentó en la mesa de nosotros. Max estaba emocionado.
La noche olía a whisky green stipe 100% choice scotch J&G Stewart Ltd. Edimburgh Scotland Estd. 1779. Gary se tomó el primer trago de un solo jalón y le preguntó a Max sobre la pelota de béisbol que le había regalado.
Gary dijo que efectivamente había estado en Zimbawe después de su ejecución en la silla eléctrica. Algo horrible en todo caso. Sin embargo, Dios no lo había designado como pastor de cebras, sino como pastor de aves. Todas las mañanas Gary contaba aves en las ramas de aquella sabana amarilla, seca y tranquila inundada por varios ríos. Las que más le gustaban eran las águilas pardas y los halcones negros. Gary le preguntó a Max qué había pasado después de la ejecución.
Durante varios años la rutina de Max consistió en regar sopa de paquete para alimentar a las palomas de la prisión y en hacer rebotar la pelota de béisbol contra el muro para recordarle a Dios que Gary Gilmour no debía estar en el infierno sino en una pradera de Zimbawe como pastor de cebras blancas y negras, blancas y negras.
Unos años después el guardia Monroe murió. Tal vez de tristeza. En todo caso el entierro fue triste y Monroe pidió que lo enterraran junto a Gary Gilmour, es decir cerca del único árbol de la prisión.
En los últimos días Monroe llevaba a Max y su madre a la playa. Parecían una familia normal, feliz. Salían los viernes en la mañana de la prisión. Iban primero a desayunar a un sitio decente y Monroe pedía café negro, crema y tostadas de mermelada para todos. Después iban a la tienda del señor Gore y Monroe le compraba a Max una pelota de colores y cigarrillos para La Pielroja. Todos los viernes Monroe llevaba a cabo el mismo ritual. Con el tiempo Max tenía una considerable colección de pelotas de todos los colores que fue acumulando en una celda de la prisión.
Monroe alquilaba un pequeño camión y en el platón acomodaban las pelotas. Max se montaba en el platón con las pelotas y dejaba que el viento seco lo despeinara, que le despeinara los sueños, las manos llenas de soledad, los dientes llenos de palabras secas. Monroe prefería los viernes porque no había nadie en la playa. Llegaban a la playa y La Pielroja extendía la toalla de mariposas azules. Monroe encendía un cigarrillo y sacaba su botella de whisky para ensopar esa mañana triste de viernes con un poco de green stipe blended scotch 100% choice scotch J&G Stewart Ltd. Edinburg Scotland Estd. 1779 ven para acá Pielrojita y me calientas los huesitos de volar las mariposas tristes azules rotas de la toalla arena viernes mierda un fosforo mar azul dolor de estómago ven para acá Pielrojita me calientas los huesitos. Después Max se ponía a jugar en la arena mientras las gaviotas llegaban atraídas por los colores amarillo azul violeta naranja viernes triste de las pelotas.
Generalmente Monroe se sentaba en la toalla junto a La Pielroja y se quedaba en silencio mirando el mar, el cielo, los barcos, las olas, las gaviotas. Entre tanto La Pielroja dormía plácidamente y tal vez soñaba con una casa llena de flores y patos salvajes que aleteaban sobre la sopa de minestrone.
Hacía el medio día Monroe iba al puerto con Max y traía algo de comer. Después dormía la siesta sobre la arena del mar. Hacía las cuatro de la tarde, cuando el cielo estaba azul y las gaviotas bajaban y subían, Monroe le decía a Max que había llegado la hora de echar las pelotas al mar. Entonces se ponían a escribir sobre las pelotas amarillo azul rojo violeta viernes triste gaviotas whisky arena viernes. Al cabo de una hora, a las 5 p.m., esa hora confusa donde las olas, la espuma y el sonido del aire revuelcan los recuerdos y los intestinos terminaban, Monroe se limpiaba la arena del cuerpo y cogía la primera pelota y la soltaba sobre las olas del mar. Una, dos, tres, cuatro, cinco pelotas amarillo azul rojo violeta viernes triste gaviotas whisky arena viernes se iban lentamente mar adentro mientras La Pielroja fumaba sentada encima de su toalla triste de mariposas azules.
Después regresaban a la prisión. Sin embargo, antes Monroe los invitaba a un pequeño restaurante. Comían pavo tomaban whisky. Todo para terminar de matar esos viernes rotos, confusos y tristes. Hacia las ocho de la noche entraban a la prisión y Max, se ponía a rebotar la pelota de béisbol de Gary Gilmour contra el muro de la prisión.
Monroe conducía a La Pielroja a su celda, pero antes de encerrarla le daba un beso en la mejilla, un beso, en todo caso que sabía un poco a green stipe 100% choice scotch J&G Stewart ltd. Edimburg Scotland Estd. 1779 pelotas amarillo azul rojo violeta viernes triste toalla de mariposas azules rotas cigarrillos sin filtro de Virginia mierda deme un fósforo El príncipe lic. 0999 aproximadamente 70 cerillas mierda deme un beso Pielrojita mierda acaríciame todos los huesos viernes gaviota whisky cielo azul descomposición de estómago camisa verde te vi Pielrojita.
Entonces Monroe murió una noche. Al otro día fue el entierro. No vino nadie. Monroe fue enterrado cerca de Gary Gilmour, cerca del único árbol de la prisión. Solamente estaban el sacerdote, La Pielroja y Max. La Pielroja dejo encima de la tumba de Monroe la toalla de mariposas azules que llevaba todos los viernes a la playa.
Después todos los días se llenaron de tedio, de orines, de palomas tristes que bajaban todas la mañanas del cielo azul a los patios de la prisión a comer sopa de paquete que Max les regaba sobre el cemento gris.
Coincidencialmente fue un viernes cuando dieron la libertad a Max y a su madre. Antes de salir de la prisión Max fue a la cocina y se robó todos los paquetes de sopa. Fue hasta el patio central y les regó un poco y con la sopa minestrone escribió Max Gary Gilmour Pielrojita Monroe Zimbawe viernes triste cielo azul palomas minetrone me voy sobre el cemento gris. Después se dirigió junto con su madre hasta el árbol donde estaban enterrados Monroe y Gary Gilmour y rezaron en silencio mientras las palomas rompían el silencio de aquel viernes con su aleteo constante ángel de mi guarda mi dulce compañía no los desampares ni de noche ni de día amén.
Era viernes, ocho de la mañana, cielo azul, dolor en las gargantas, tristeza en la boca del estomago. Un típico día de verano. Tal vez la costumbre los llevó aquel día a aquel restaurante donde Monroe los invitaba a desayunar café negro con crema y tostadas con mermelada. Pidieron tres desayunos. En todo caso tostadas, soledad, café negro, tristeza, mantequilla con viernes. La Pielroja, como siempre, se hizo del lado de la ventana para ver pasar los autos. Comieron en paz y dejaron el otro desayuno, el de Monroe, intacto, roto, desolado, ausente, sobre el mantel de cuadros rojos y blancos.
Posteriormente se fueron a la playa y pasaron aquel viernes solos, descompuestos, confusos. Max se durmió sobre el regazo de su madre y tal vez soñó con muchas pelotas amarillo azul rojo violeta viernes tristes gaviotas whisky arena viernes toalla de mariposas azules cielo azul roto dolor de estómago te quiero Pielrojita que se iban sobre la espuma negra de ese mar eterno y confuso.
Cuando Max salió de la prisión con su madre ya estaba bastante grande. Tenía aproximadamente veinte años y nunca se había acostado con ninguna mujer. Durante varios días caminaron por las carreteras. En todo caso Max siempre iba regando un poco de sopa de paquete minestrone en el borde de las carreteras para que las palomas estuvieran ahí, debajo del cielo azul, encima del pavimento cerca de sus olores
Otros días corrían con más suerte y algún camionero los acercaba hacía algún lugar, pero no sabían cuál. En todo caso Max les decía a los camioneros que los llevara a una ciudad que tuviera parques con palomas.
Una noche llegaron a un pueblo y Max se enamoró de una chica. Tal vez se enamoró de ella porque estaba comiendo helado de chocolate de una forma escandalosa. En efecto chupaba ese cono de chocolate con ganas violentas, como si fuera un falo de chocolate y ron con pasas, como si tuviera ganas de lamer el falo de un elefante cansado. La chica vestía un traje de flores y tenía los ojos claros. Sus ojos decía hola nene te tengo atrapado ven te chupo todo el cuerpito aquí o donde sea.
El pueblo estaba en fiestas y el parque de diversiones estaba iluminado y las mujeres llevaban faldas y camisas de flores y los hombres se emborrachaban en las esquinas sin afán mientras fumaban envueltos en densas nubes de humo azul. Max se enamoró de los senos de aquella chica, de su mirada, de su olor a rueda de Chicago, de su perfume a whisky barato y camisa de flores y entonces le dijo que lo acompañara al parque.
Entonces se dirigieron al parque de diversiones y le compró una pelota amarilla azul rojo y una cerveza. Era sábado. La gente estaba demente y los habitantes tenían sus culos rotos de la felicidad. El reloj daba las diez de la noche y el parque de diversiones olía a camisas de flores, a humo azul, a llévame a la playa y chúpame las tetas.
En la playa Max le habló a la chica, no sé tu nombre, de la ciencia de alimentar palomas en las tristes mañanas de los viernes. Era una ciencia complicada porque había que tener en cuenta el olor de los viernes, ese olor a pelota amarillo azul rojo violeta viernes triste gaviotas arena whisky que se acumulaba en el pliego de los minutos.
Después Max echó la pelota hacia el mar y la chica lo esperó sobre la arena con su mirada de gaviota, de cielo azul, esa mirada de chúpame las tetas y seguimos hablando después.
Esa noche Max conoció el amor allí en esa playa, cerca de las luces amarillas y confusas del parque de diversiones y le pareció que las tetas de aquella chica, no sé tu nombre, eran más divertidas que las pelotas de playa amarillo azul rojo violeta viernes triste y que las piernas de esa mujer con mirada de gaviota cielo azul sabían un poco a green stipe 100% choice scotch J&G Stewart ltd. Edimburg Scotland Estd. 1779 chúpame las tetas no quiero saber tu nombre loquito sabes a paloma triste no sé tu nombre arena whisky cielo negro estoy mareado ábreme más chúpame lámeme destrózame y luego dormiremos aquí en la arena y soñaremos con luces de colores hasta cuando salga el sol no quiero saber tu nombre loquito y tampoco sé tu nombre loquita.
Max y la chica se quedaron toda la noche en la playa hasta que salió el sol. Estaban dormidos cobre la arena cuando los primero rayos del sol salieron. Max abrazaba a la chica no sé tu nombre. El traje de flores de la chica se encontraba lleno de arena, de pequeñas babas nocturnas y sus labios sabían a aceite de ballena negra, a aleteo de gaviota sobre el cielo azul. Cuando se despertaron, la chica miró hacia el cielo azul, hacia las gaviotas y le dijo a Max que le chupara una vez más las teticas antes de que empezara a llover.
Mientras le chupaba las tetas a la chica, no sé tu nombre, Max sintió que se le revolcaba el estómago como si llevara allí dentro un millón de fuegos artificiales, como si la chica tuviera en la punta de sus senos, en su culo, un millón de dragoncitos inciertos que decían ven te tengo arena tócame no importa el cielo gris la lluvia sólo quiero que chupes y que guardes mi olor para siempre a las diez a las doce a las cinco uno dos y tres otra vez. Se despidieron en el parque de diversiones con un largo beso mientras el mar los envolvía con ese olor a whisky y a ballena dormida que tiene en las mañanas cuando las gaviotas se embriagan con la lluvia, con las nubes, con olor sucio de la arena, de los calzones sobre la playa ese perfume de las latas vacías de cerveza, en fin, con ese aroma de chúpame las tetas y te vi perro para siempre otra vez será. Mierda, siempre es así.
La Pielroja y Max siguieron su camino de ciudad en ciudad, de carretera en carretera. Cada vez que veían un urapán Max y su madre se acercaban y hacían una oración en silencio por Gary Gilmour y por el guardia Monroe ángel de mi guarda mi dulce compañía no los desampares ni de noche ni de día. Luego seguían su camino, sin afán, cobijados por el viento seco, el cielo azul, por las palomas.
Después llegaron a esta ciudad. Cuando vio el parque de la entrada a Max se le iluminaron los ojos.
La Pielroja entró a trabajar a una fábrica de ropa en el extremo sur de la ciudad y Max lo primero que hizo fue ir a la alcaldía a pedir puesto como alimentador oficial de las palomas de los parques de la ciudad.
Todas las mañanas después de que su madre se iba para la fábrica, Max se introducía en los parques. Bajaba por la 28, comía mangos en la esquina, se miraba en las vidrieras desde la Droguería Providencia y bajaba hasta el parque. Entonces se subía en los urapanes, recordaba a Gary Gilmour y al guardia Monroe y esperaba a que las palomas bajaran del cielo, del viento y del silencio mientras rezaba ángel de mi guarda mi dulce compañía no los desampares ni de noche ni de día amén viernes triste cielo azul. Un día, exactamente un viernes, Max fue conducido a la comisaría porque cerca del parque un camión atropelló a una paloma. Max cogió a golpes al conductor y rompió las botellas de la leche contra el pavimento. La Pielroja tuvo que venir a sacarlo. Max estuvo doce horas detenido en la comisaría y le extraño que no hubiera palomas en esa pequeña prisión.
Desde ese día Max no volvió a los parques. Durante varios meses La Pielroja intentó buscarle un trabajo. Finalmente Max consiguió un trabajo en una lechería. Su trabajo consistía en repartir leche en una Ford roja con pito de vaca junto con otros dos muchachos. La Babosa, cuyo mayor sueño era conformar una banda de asaltantes de bancos que se llamara El Puño Silencioso y su acompañante llamado Daisy, una figura que no se sabía si era mujer, hombre, burro o elefante porque vestía con trajes un poco escandalosos y su voz sonaba como una corneta llena de agua, llena de orines. La Babosa conducía el camión y Daisy y Max eran los encargados de repartir la leche. Empezaban el recorrido en la 20 y lo terminaban en la calle 46. Cuando terminaban paraban en la Cafetería Bugalú y tomaban un tinto mientras fumaban y hablaban de los partidos de futbol, de la canción de moda, de tetas, de culos, del olor a orines que tenían las calles y los parques, de la última anfetamina, de lógica de la heroína, del olor de los calzones rosados, que siempre olían a sábado por la noche, a ven y te levanto el ánimo muchacho.
La Babosa quería tener mucho dinero, conseguirse una rubia de tetas grandes y vivir lejos de la ciudad rodeado del brillo de las botellas de whisky. Daisy, por su parte, soñaba tal vez con ser arquero de algún equipo de fútbol o de pronto poner una peluquería que tuviera en una pared un afiche de Richard Gere sonriente. En todo caso La Babosa decía que había mucho billete de por medio, mucho billete para soñar, para gastar, que cuando llegara el momento saldrían en los diarios cagados de la risa, cagados en oro y ojala junto a la página de los caballos. A Max le sonó la idea y pensó en regresar a aquel pueblo donde había conocido a aquella chica de senos grandes, no sé tu nombre, para llevarla también lejos y chuparle las tetas antes del desayuno.
Los viernes en la noche Max, Daisy y La Babosa se reunían en el bar Triste México a gastar la noche, a hablar de aquellas mujeres de vestidos de flores que salían por la leche mientras el cielo estaba azul, esas mujeres de senos con pecas, de labiales rojos, de ojos negros y verdes y azules que salían de las casas cuando La Babosa hacía sonar el pito de vaca de la Ford, de esos días llenos de sol, de pecas, de tedios, de música triste.
En todo caso La Babosa tenía bien planeado el recorrido. En la 38 había una mujer que siempre estaba en la ventana esperando el pito de vaca. Cuando la Ford aparecía en la esquina la mujer salía a la puerta y La Babosa le decía a Max que terminara de hacer el recorrido y que lo recogiera en una hora.
- Güevones, sigan andando, yo me voy a hacer mi ejercicio matinal –decía La Babosa mientras se miraba en el espejo retrovisor.
Entonces La Babosa se bajaba de la Ford y se metía con aquella mujer de pecas, esa mujer que debía oler a vaca, un poco a potrero, a hierba seca. Max se ponía al volante y Daisy repartía la leche. Esas mañanas olían a perfume barato de Daisy, a sus palabras escandalosas, a sus sueñitos de mariquita que repartía leche pasteurizada. Daisy siempre hablaba de lo mismo, de los chismes de Vanidades obladioblada estoy mamado de repartir leche obladioblada dos bolsas de leche aquí tres bolsas de leche allá ahí viene la señora histérica obladioblada debería estar en algún cabaret llenando mis pulmones de humo azul de tristeza de cebolla obladioblada doble por esa esquina güevón obladioblada.
A las diez de la mañana pasaban a recoger a La Babosa. Después de echarse su polvo matinal La Babosa se sentía inmortal, encendía un cigarrillo e invitaba a Max y Daisy a una cerveza. Luego se iban a la lechería a gastar el día jugando dominó y a hablar mierda.
Una noche estaban en el Bar Triste México. El humo, la gente, los asientos olían a esa canción, take it easy take it easy y las mujeres iban y venían envueltas por un no sé qué, por ese no sé qué que eran sus vestidos de flores, por ese no sé qué que eran sus dientes blancos, por ese no se qué que era el olor de sus cuerpos, por ese no sé qué que eran sus pies, por ese no sé qué que era chúpame las tetas por favor aquí y ahora, por ese no sé qué que era levántame la falda y méteme las manos, los dedos cerca de mi olor, de mis olores, por ese no sé qué que eran sus manos llenas de cerveza, de lluvia, de silencios.
La Babosa había pedido cerveza para todos pero Daisy dijo que prefería algo más fino, más delicado. En la televisión pasaban una pelea de boxeo y todo el bar estaba atento al jab de derecha, al jab de izquierda. En la mitad de la pelea entró al bar un hombre de unos 40 años de edad y venía acompañado de aquella mujer con la que La Babosa hacía ejercicios matinales cuando repartían la leche. El hombre llevaba a la mujer a las malas y se dirigió a la mesa donde estaba La Babosa y lo cogió por la camisa azul que se ponía los viernes para ir a los bares y le plantó un puño en la mitad de la cara take it easy. Mierda, se formó una pelea tremenda. Daisy se escondió debajo de la mesa para que no se le dañaran sus pantalones blancos, esos pantalones de bota ancha llenos de pepitas, pepitas que decían ese soy yo, pepitas que decían no sé si soy hombre, mujer, burro o elefante, pepitas para salir los viernes, pepitas para jugar con la vida, con un poco de whisky, de soledad y cigarrillos.
En todo caso La Babosa salió mal librado de aquella pelea take it easy. Después de la pelea Daisy a curarle las heridas a La Babosa. En definitiva, su camisa azul quedo hecha una mierda. Por todos lados quedó lleno de sangre, de babas, de licor, de miedo. Sin embargo, al poco rato fue al baño y se miro al espejo y se vio reflejado take it easy en el cristal sucio del Triste Mexico y mierda, pensó que otra vez llegaba ese olor a sangre que tenían días take it easy. Se terminó de limpiar los rastros de sangre, cagó mientras fumaba tranquilamente y soñó con la Ford roja en medio de un potrero lleno de mujeres que tenían los senos como las vacas. Luego salió y se dirigió a la mesa. Estaba eufórico.
- La próxima vez me levanto a una mujer que no tenga pecas y le hago el amor en la mitad de un potrero sembrado de naranjas –dijo La Babosa mientras pedía otra ronda de cerveza.
Al poco tiempo La Babosa fue echado de la lechería por haberse robado una plata.
Los días posteriores fueron bastante aburridos. Max iba al volante. Daisy repartía la leche, pero los días, las mañanas ya no eran lo mismo. Faltaba la cagada de La Babosa, faltaban cigarrillos, sus chistes, sus invitaciones a cerveza, a hablar de fútbol, de culos, de tetas. No había duda. La Ford roja empezó a oler a Daisy, un poco a burro, un poco a elefante, un poco a obladioblada perfume barato. Sin embargo, todos los viernes se encontraban en el Bar Triste México.
Un viernes La Babosa les llegó con una noticia. Les dijo que tenía un plan para sacarlos definitivamente de aquella Ford roja, que iban a ser millonarios, que se pondrían camisetas de verano por el resto de sus días. La Babosa tenía todo preparado para asaltar un banco de la Avenida Blanchot y requería de la colaboración de Max y Daisy para llevarlo a buen término.
- Oye Max, allí solo van viejitas y maricas a consignar. Eso va a ser pan comido –les aseguró La Babosa.
Sin embargo, Max estaba preocupado y le hizo notar su duda a La Babosa.
- Oye Babosa, Gary Gilmour me dijo que para ser alguien debía robar un tren o algo así.
En todo caso La Babosa siguió adelante con el plan. La Babosa estaba seguro que todo iba a ser un éxito porque nadie se iba a imaginar que un travesti y un loco con cara de paloma fueran a asaltar un banco.
La preparación del asalto duró un mes. Todos los sábados por la tarde se iban a las colinas a ensayar tiro al blanco. Era importante que por lo menos Daisy, que solo sabía manejar tijeras, aprendiera a manejar una puta pistola. Llevaban cerveza y cuando se aburrían se tendían sobre la hierba, les disparaban a las nubes y hablaban del futuro que tenía el color azul del cielo y pensaban que cielo azul era estar en la playa con una botella y una mujer de camisa blanca, cielo azul era estar con una mujer que se llamara Miel, Melaza, Panela, Azúcar, cielo azul era escuchar música todo el día, cielo azul era ir a más de cien por hora, cielo azul era ir por la calle, meterse a un bar, hablarle a una desconocida, preguntarle el número telefónico, chuparle las tetas y luego llevarla al cine, cielo azul era caminar por los parques sin pensar en nada, cielo azul era tener cara de berenjena y no importarle, cielo azul era tener una botella whisky siempre al lado, cielo azul era caminar descalzo sobre la arena de la playa, cielo azul era montarse a un bus y no ir para ningún lado, cielo azul era alimentar a las palomas, cielo azul era acariciar el pelo de una mujer en la oscuridad, cielo azul era comer naranjas en la ventana, cielo azul era fumar y tomar café negro con dos cubos de azúcar, cielo azul era, en fin, cagar en paz.
La noche anterior al asalto estuvieron en Bar Triste México ajustando detalles. Max era el que iba a quedarse en la puerta. Luego de unos tragos en el Triste México cada uno se fue para su casa. Max subió por la 32, luego cogió la cuarta y antes de llegar a casa se miró en la vidriera la Droguería Providencia. Luego fue al parque y se lavó la cara en el estanque de las palomas y durmió allí toda la noche.
En la mañana, antes de las nueve, fue a la esquina, se comió un mango y después se fue a un urapán y pensó en Gary Gilmour.
Era lunes. Ocho y media, cielo azul, mango en el estomago. Antes de ir al punto de reunión rezó en silencio frente al urapán ángel de mi guarda mi dulce compañía no me desampares ni de noche ni de día amén.
Antes de las nueve las de la banda se encontraron en el reloj de la 30.
Indudablemente La Babosa era un experto en la materia. Cuando entró al banco se puso una media Dalia en el rostro. Lo mismo hizo Daisy, que iba con un horroroso pantalón blanco con flores negras. Daba la impresión de que iba para una orgía y no a atracar un banco. Max se quedó en la puerta con una Smith & Wesson. El atraco fue un éxito. A los cinco minutos salieron y se dirigieron a un Chevy que los esperaba cerca. El Chevy arrancó a toda velocidad y cogió por la calle que bordeaba el parque. Cuando pasaban por el parque un perro atacaba una paloma, cerca de un urapán. Entonces Max empezó a disparar como un loco al perro y La Babosa trato de calmarlo. El resultado fue que a Max lo expulsaron del carro y lo dejaron botado allí en el parque. Max le siguió disparando al perro y luego a las nubes, al cielo azul. Luego se confundió con la multitud, se subió a un bus y se fue a la fábrica donde trabajaba su madre y lloró en su regazo.
Días después La Babosa apareció muerto con un tiro en la nuca. Lo hallaron en la playa. Daisy, por su parte se cagó del susto y escondió la plata. A los pocos días se salió de la lechería y se dedico a lo suyo. Todas las noches se instalaba en una esquina de la Avenida Blanchot con su traje escandaloso, lleno de pepitas, lleno de mieditos, de sudorcitos, con un bolso, unas gafas negras, a esperar autos, los pasajeros de la noche. Por su parte, Max se compró en el mercado diez palomas y las acostumbró a que andaran por la casa. Durante mucho tiempo no salió. Vivía feliz con las palomas y en las noches hablaba con su madre, La Pielroja, que llegaba mamada de la fábrica, con el cuerpo lleno de agujas invisibles.
Todas las mañanas estaban clasificadas según el estado de ánimo de las palomas. Por ejemplo, si las palomas llegaban solamente hasta los techos y se quedaban en línea, la mañana tenía la lógica envolvente de la heroína, esa lógica venenosa, irreal, de estar en línea bajo el cielo azul, esa lógica de que el mundo es una plasta de mierda amarilla llena de velitas que son las chimeneas de las fabricas y un hapiverdituyú. Si las palomas venían y se posaban en las ramas de los árboles, las mañanas sabían un poco a pan, un poco a hojas secas, a mantequilla con tambores, a café negro, a dolor de estomago, a me quiero matar con una inyección en la cabeza antes del mediodía, pero antes me como unas berenjenas con queso. Cuando las palomas se confundían con la gente en los parques, la mañana sabia a Browning, a Smith & Wesson. Por eso Max les disparaba desde su ventana para espantar el olor de la mañana, ese olor a pólvora con trigo.
Garu Gilmour se había bebido dos botellas de whisky y se había fumado cualquier cantidad de cigarrillos. La noche estaba seca. Olía a sangre, a barro, a 11:45 p.m., a cielo fatigado, a cielo restringido. Gary dirigió su mirada hacia el afiche de una playmate, Mary Moon, que estaba pegado en una pared del Café del Capitán Nirvana. La pretty baby, Mary Moon, la playmate, ese animal en technicolor estaba detrás de la puerta con esos senos, son ese cuello, con esos ojos grandes, inmóvil, inmortal, manchada, restregada con sudores y miedos. Pretty baby que estás en el cielo no nos desampares con tus senos, con tus muslos dorados, con tus enormes nalgas redondas que tapan el sol, la luna y las estrellas, no nos desampares ni de noche ni de día. Hasta la próxima oración, pretty baby. Mamita.
En verdad Gary fue de malas. Gary quería cuidar animales pero la vida quiso que fuera asesino. En realidad no tenía cara de asesino, sino más bien de profesor de historia, que en el fondo viene siendo lo mismo. Esa noche Gary se quedó con nosotros en el café del Capitán Nirvana. Gary no nos dejo dormir y al otro día, cuando el sol estaba saliendo, nos dijo que lo acompañáramos hasta un urapán que había visto por el camino porque quería orar un poco en honor al guardia Monroe. Fuimos con Gary, hasta el urapán. Gary entonces sacó una botella de whisky. Siete de la mañana, cielo azul, mar en calma. El día olía un poco a green stipe 100% choice scotch J&G Stewart ltd. Edimburg Scotland Estd. 1779 ángel de mi guarda mi dulce compañía no lo desampares ni de noche no de día amén.