sábado, 24 de enero de 2009

CAPITULO 8: HELGA LA ARDIENTE BESTIA DE LAS NIEVES

Era lunes o tal vez martes, no puedo precisarlo. Ese día jugamos béisbol con Max en la playa. Max sacó la pelota que le había regalado Gary Gilmour y jugamos toda la mañana sobre la arena. Cada vez que le lanzaba la pelota Max le decía oye Max ¿la curva número cinco? Y Max me respondía claro Sven la curva número cinco y entonces la mañana empezaba a oler a la curva número cinco y mierda, Max parecía no cansarse de lanzar la pelota hasta que yo le decía nuevamente oye Max esto mucha mierda, y Max me respondía efectivamente Sven esto es mucha mierda, y finalmente terminábamos rendidos sobre la arena, llenos de sudor, llenos de luz, de tedio, con ganas de una copa de whisky con mucho hielo, con ganas de quedarnos en el Café de Capitán Nirvana viendo pasar los días bajo el sol, esto es mucha mierda.
Después fuimos con Max al puerto. Entramos al Bar Osiris.
Las mesas estaban rotas. Había algunos vasos todavía con licor. El Osiris olía caballo viejo, a eructo, a labial barato. Nos sentamos en la barra y nos pusimos a hablar. Hacía un calor infernal. Las moscas revoloteaban a nuestro alrededor. Yo me senté en la esquina de la barra donde solíamos sentarnos con Amarilla cada vez que veníamos al puerto a ver los barcos blancos los domingos. A Amarilla le gustaba venir los domingos a ver los barcos blancos anclados en la bahía. Antes de venir al puerto íbamos a la Avenida Blanchot y comprábamos los diarios para ver la página de los caballos. Esas mañanas de domingo hablábamos de caballos. Tomábamos jugo de naranja en los parques y yo me dejaba llevar por el olor de las hojas secas que tenía la ciudad.
Después cogíamos el autobús rojo y nos veníamos con Amarilla al puerto. Siempre entrábamos al Bar Osiris a tomar una copa. Amarilla decía que no soportaba los domingos sin alcohol. Sentía que era mejor cruzar el mar de los días a bordo de una lata de cerveza o al interior de un vaso de vodka con hielo mientras el ventilador giraba sobre nuestras cabezas incesantemente y en la radio del Osiris sonaba Don’t Bother Me y entonces siempre llegaba un marino borracho a hablarnos en inglés, que pesadilla, Little child Little child common with me Little child y entonces yo le decía a Amarilla ¿nos vamos nena? Y ella decía no nene todavía no. Siempre nos quedábamos un rato más. Un rato más en el Bar Osiris viendo como pasaba la mañana del domingo por entre los hielos del vodka, por entre nuestras manos y mierda ¿nos vamos nena?, y ella no nene, todavía no y la cosa se ponía mas tediosa. La música penetraba al ambiente lentamente Little child common with me, vamos muñeca, claro muñeco vamos y por fin salimos del Osiris.
Luego íbamos al puerto a confundirnos con el olor a acpm de esos domingos. El acpm se pegaba a las palabras de Amarilla, a mi camisa de tigre triste, al cielo, a las nubes, a mi lata de Heineken, a los besos. Nos sentábamos a ver los barcos blancos de la bahía y Amarilla cantaba canciones tristes. En la tarde volvíamos a la ciudad un poco rotos, un poco inciertos, con las nalgas cansadas, con las miradas llenas de acpm, de cebolla, de gasolina, de vodka. Regresábamos a nuestros cuerpos llenos de arena, de espuma, de mierda de gaviotas, oliendo a pantano, café y contrabando. Siempre caíamos al mismo parque lleno de hojas secas y carros de perros calientes. El cielo siempre estaba triste. Los domingos al atardecer siempre olían a eso, a tristeza con acpm.
Claro. El parque. Las hojas secas. La tarde. Las babas de Amarilla. Las babas del día. Las hojas secas. Siempre nos apostábamos debajo del árbol donde en la niñez había construido una casa de madera con Leonid y Bayer, dos chicos con las rodillas rasgadas por las correas compradas en el almacén Ley. El parque. Las hojas secas.
Amarilla.
La conversación era siempre la misma. Le decía a Amarilla que en ese árbol construí mi primera casa de madera. Era un día de lluvia y había llegado del colegio con la cabeza echa un ocho porque no comprendía muy bien por qué los ángulos de los triángulos sumaban entre sí 80 grados no entendía nada de nada ni en las mañanas ni en las noches era una tarde de lluvia y tenía la cabeza al revés y junto a Bayer y a Leonid los otros dos mocosos con los que andaba nos pusimos a construir una casa de madera en el árbol recuerdo que el sol pegaba fuerte sobre nuestras cabezas y mientras íbamos pegando puntillas Bayer que era el más grande de los tres hablaba de que había que hacer una escalera especial para dejar subir a los fantasmas en las noches una puntilla aquí otra puntilla allá otra mas allá jueputa me machuque el dedo una cura Bayer échese babas muchas babas y diga sana que sana culito de rana si no sanas hoy sanarás mañana o más bien sana que sana culito de viejo si mamas hoy mamarás mañana dilo Sven dilo el caso es que duramos tres días armando la casa yo tuve que robarme una cuantas tablas de las camas de la casa por su parte Leonid desarmó la casa de su perro y Bayer desbarató el carro de madera de su hermano menor yo era el arquitecto y al tercer día se le metió la idea de que aquella casa iba a ser para la chica a la que unas semanas atrás no había podido decirle nada por culpa del Buick o de la Ford roja o del Chevy no recuerdo bien estaba mareado tenía un millón de babas metido en la garganta en los ojos tenía todo el cuerpo lleno de roticos de nalguitas de olorcitos del olorcito ese que producen las chicas a las tres de la tarde un olor entre el atún y las begonias un olor a yogurt de fresa y pan francés y habíamos declarado un estado de emergencia amorosa porque yo estaba enamorado de una chica que chupaba helado de vainilla con ron con pasas que compraba en la esquina en la tienda del señor Orson que siempre estaba fumando Derby en el mostrador y siempre nos decía hola muchachos cómo están hoy hay chocolates suizos baratos baraticos y nosotros solamente mirábamos la sección de revistas oiga Orson que tal la playmate de diciembre espectacular espectacular tiene un trasero y un bomper mejor que la camioneta donde llevo el mercado a tu mamá y entonces una noche cuando la noche de verano aplasta las nubes contra los techos tuve frente a frente a la chica que chupaba helado de vainilla con ron con pasas e iba a declarármele y esperé a que pasara la Ford roja pero nada uno nunca sabe cómo funciona la química del amor al poco rato apareció una Chevy de pronto con la Chevy me iba mejor pero definitivamente tenía un nudo de tráfico en la mitad del corazón y no había nada que hacer ya no me acuerdo muy bien por qué fue en todo caso diseñe una ventana que daba contra la calle donde vivía la vainilla una ventana especial para verla cuando salía a tomar su bus para el colegio pero los días pasaban y lo único que hacíamos allá arriba era fumar los cigarrillos malucos que Leonid le robaba a su padre mientras dormía y los días pasaban entre mucho humo de cigarrillo yo ya tenía la garganta raspada y la boca me sabía a licor porque Bayer un día llego con una botella de scotch amarillo y la destapó y el día empezó a oler a eso a whisky triste y el día se impregno con 74 grados de alcohol el sol era una naranja borracha en medio del jugo agrio de los días afuera llovía y las hojas secas no dejaban de caer y yo no dejaba de pensar en la vainilla en la deliciosa vainilla y solamente deseaba que estuviera junto a mi cerca de mi cerca del olor de las hojas secas cerca del mareo de scotch cerca de mi aliento quería quemarla decirle que había construido esa casa esa ventana sólo para ver cómo el viento levantaba su falda y para decirle también ojalá cerca del oído que sus calzones rosados me gustaban mucho y que quería colgarlos cerca de la ventana para que la casa de madera se impregnara con el olor de esos cucos de esos cuquitos rosados que seguramente su mamá los había comprado en la promoción que hacían que hacían los fines de semana en el supermercado hoy promoción de cucos rosados en la sección número cinco acérquese señora don Julio llega y usted no se puede perder la promoción y todas las señoras corrían apresuradamente parecían venados locos enredados en aquellas faldas azules amarillas negras rojas oiga mija mire que lindos cucos le combinan con el brasier voy a llevar cuatro para ti otro para tu hermana señora llega don Julio haga sus compras mierda se acabó la plata pero yo ya estaba aburrido de meter mi boca aquellos orines de perro hechos en Escocia que era como le decía Bayer al scotch y además ya me sabía de memoria la revista sueca que Leonid había traído para formar la biblioteca del club impresa en Estocolmo cuarenta páginas y una propaganda de cigarrillos suecos en la contraportada los cigarrillos en cambio ayudaban a mitigar la soledad de aquellas tardes de sol y tedio que pasaban por entre nuestros huesos lentamente como una canción lejana y triste el mundo era un inmenso balón de futbol y en cualquier momento alguien le podía dar una fuerte patada y todo se iba para la física mierda y los días eran grandes alargados panes que se iban descascarando con el paso del viento y de los minutos y no podíamos hacer nada por comer ese pan que se iba por entre nuestras manos por entre las gafas de Leonid por entre los mocos de Bayer que nunca se sonaba siempre andaba envuelto en su tejido de mocos era un moco triste pegado al pegote sucio de los días límpiate Bayer no me joda la vida Sven tome un poco de whisky entonces poco a poco la casa de madera se fue llenando de revistas suecas que Leonid fue clasificando por cucas color de pelo y tamaño de senos al mes ya nos sabíamos muy bien la lección a Helga la Ardiente Bestia de las Nieves en las mañanas era curioso pero sus enormes senos nos parecían algo del otro mundo a Leonid puedo jurarlo que la miopía le aumento mucho por esos días pensábamos que Helga trabajaba como mesera en alguna carretera sueca y por eso entre todos empezábamos a ahorrar nuestras monedas porque algún día íbamos a ir a visitar a Helga la Ardiente Bestia de las Nieves pero con Inga todo era diferente. Inga salía en las páginas centrales y ahí fue donde por primera vez Leonid se enamoró perdidamente y una tarde le escribimos a Inga al centro de sus nalgas rosadas a la punta de los triángulos agudos de sus senos y por primera vez entendimos a la perfección lo bello que era la geometría nosotros que tanto la odiábamos le escribimos una larga carta donde le decíamos que la amábamos sin haberla visto éramos tres chicos solitarios mocosos que teníamos las rodillas raspadas de tanto jugar fútbol sobre el pavimento que la amábamos que saber cómo respiraba cómo gritaba que nos mandará uno de sus alaridos aunque fuera un pelo un maldito y precioso pelo de su triangulo que nos enviara uno de sus griticos nocturnos nuestras palabras eran totalmente acuáticas liquidas húmedas y le dijimos que nos respondiera lo más rápido posible también le hicimos saber que aquí al otro lado del mundo había tres chicos dispuestos a dejar el scotch y los cigarrillos si ella Inga lo pedía los días pasaron y al cabo de unos meses recibimos una carta en un español mal redactado la carta la firmaba un tal Karl el editor de la revista y nos mandaba a decir que inga nos amaba mucho y que nos echáramos mertiolate en las raspaduras de las rodillas también decía que nos mandaba un beso de lengua a cada uno pero lo que más nos decepcionó fue que había un labial impreso en tinta negra y una letra de molde que decía fríamente Inga maldita sea ese día supimos que Inga era apenas una fotografía apenas un sello en serie de unos labios que se ponían sobre un papel blanco para que todos los chicos que hacían casas en los árboles alrededor del mundo soñaran con ella Inga la fotografía la fría fotografía entonces nos decepcionamos totalmente y clausuramos nuestras clases de cultura sueca para siempre no más no más entre tanto yo seguía soñando con la vainilla con esa vainilla que veía pasar todos los días por la ventana de la casa del árbol era extraño pero siempre que pasaba cerca del árbol el viento me dejaba ver sus cucos rosados y entonces fue Bayer o tal vez Leonid no me acuerdo muy bien el que dijo que hiciéramos una colección de calzones para colgarlos en la casa del árbol y creo que al principio cada uno hizo trampa yo le pagué a mi hermana para que me vendiera unos de sus cucos y me inventé alguna historia barata llegué y les dije oigan muchachos no me van a creer pero anoche me colé a la alcoba de la hija de Orson y mientras se duchaban le cogí uno de sus cucos pero que va pura paja pero Leonid fue el más descarado pues se robó un par del almacén en todo caso aquellos cucos no nos decían nada los de Leonid olían a algodón recién procesado hasta tenían el precio no había caso definitivamente queríamos unos cucos que olieran a sudor de sueños dulces y eternos de niñas en faldas de cuadros a niñas que comían helados a aquellas niñas que el viento despelucaba en las tardes de so mientras los perros ladraban y saltaban a su alrededor queríamos tener congelados aquellos aromas entre nuestros ojos para siempre o por lo menos mientras duraba el efecto de scotch tenerlos entre los pliegues de los días retenerlos entre palabra y palabra entre respiración y respiración entre los dientes y entre los dedos entre los pantalones entre la talla catorce y la talla quince eso era lo más importante en ese momento sentir que ese olor de alguna manera nos pertenecía y los días seguían pasando y cada vez más nos convencíamos que lo que los definitivamente eran los olores más que los colores en las mañanas el olor siempre era el mismo olía siempre a café recién preparado a jabón de espuma azul en todo caso era un olor que no incitaba a nada lo único que daban ganas era de quedarse en la cama leyendo más tarde se filtraba el olor de los perros y de las hojas secas de los parques era un olor que entraba por la ventanas y llegaba al fondo de los pulmones había algo en ese olor que me decía que allí había vida después me llegaba el eterno olor de mamá siempre olía a pan papá por su parte olía a carro tal vez Ford o a un Opel no sabría decirlo con exactitud un olor especial olía como a timón a asfalto caliente a carretera a llanta olía a algo así como un puñado de kilómetros las calles también tienen su olor a Amarilla no te desconcentres Amarilla que los olores son ese tejido invisible que conecta los recuerdos y los días mira Amarilla que cuando tu no estés mas junto a mi yo te recordaré mas por tu sudor que por tus palabras es muy importante esto que te estoy diciendo mi querida Amarilla y entonces ella me miraba y el domingo seguía oliendo a acpm con atún a hojas secas sobre el pavimento oye Sven dame otro cigarrillo claro Amarilla toma Amarilla las calles también tienen su olor las calles huelen a bicicletas dejadas en los antejardines eso es cuando uno está chico huelen a cadena de bicicleta a grasa a refresco a paleta de limón a árbol tal vez a punto huelen a muchas cosas se mezclan los olores de mamá su perfume de pan el aromad e papá el olor del perro el olor de las tres de la tarde cuando no hay nada que hacer Amarilla también huele a bus a gasolina huele a nubes apretadas fatigadas a cielo deprimido observa ese cielo Amarilla obsérvalo con esos ojos grandes huele ese cielo el olor de las calles siempre es el olor de la desolación todo parece quiero pero en el fondo todo está muerto todo parece feliz pero todo es infeliz uno cree que porque los chicos montan en bicicleta la felicidad anda por aquí y por allá pero nada de eso Amarilla nada de eso en el fondo todo es un engaño el olor de las calles nos mata lentamente nos atraviesa los huesos con precisión y nos dice que el tiempo está pasando por entre nuestros dedos y nuestros ojos y no hay nada que podamos hacer Amarilla el olor de los días es un océano invisible por donde vagamos sin saber dónde queda la costa ni los faros solamente somos islas que nos vemos intermitentemente cuando las olas bajan y entonces nos saludamos de isla a isla nos decimos hola observamos los rostros y luego cada cual se sumerge en su pequeña isla en su pequeño olor particular y se concentra en sus sudores en sus miedos en esos aromas que vienen de lo más profundo de los pantalones de los zapatos de los ojos es una especie de pecueca del alma Amarilla así como lo oyes una especia de pecueca del alma como si tuviéramos un millón de zapatos en la mitad del corazón que han andado todos los leves caminos de los días sin hallar nunca nada y luego en las noches los dejamos arrumados cerca de las palabras al otro día ese millón de zapatos negros vuelven a salir por todas las carreteras de tu rostro o del mío a hacerle autostop a la felicidad pero nada Amarilla nada recorren todos tus besos todas tus babas todas tus babas todas tus manos pero nadie ni nada los recoge siempre ese millón de zapatos va a estar con nosotros por eso a veces cuando me dices que oyes algo en mi corazón o en el tuyo no te engañes Amarilla con tus zapatos esos zapatos que llevas ahí dentro que hacen ruidos son tacones lejanos que se arrastran entre si te voy a contar otra cosa Amarilla te voy a contar a que huele esta maldita ciudad al principio me olía a parque tal vez a hojas secas llegaba a un parque y llenaba mis pulmones de hierba húmeda de banca de madera podía oler las pecas de los niños que se balanceaban en los columpios podía oler el olor de sus orines amarillos eran unos orines como todos olían a tasa blanca a calzoncillos baratos a tristeza en la boca del estomago ponme cuidado Amarilla cuando uno está niño los orines están por todos lados miras hacia arriba y las nubes te saben a orines hablas con otra chica y tus palabras te saben a orines es como si llevaras una eterna fuente de orines en todos los días de la niñez porque ese olor se pega en las bicicletas en las paletas en la cama en la pijama en el pan y en la chica que amas a veces eran orines flacos otras veces orines gordos pesados los flacos Amarilla eran los de la felicidad y cuando daban tarta de chocolate los días eran de orines flacos y cuando papá nos pegaba con su correa sobre nuestras nalgas rosadas eran días de orines gordos pero cuando veías a la chica que amabas en silencio en eterno silencio los orines se revolvían con tus palabras con tus dientes y sentías que eras una especie de acuario lleno de orines por donde nadaban tus más bellos sueños de aquí para allá mi pequeña Amarilla y por más que intentaba no me podía zafar del olor de la tristeza Amarilla es un olor que atraviesa toda la niñez.

sábado, 10 de enero de 2009

CAPITULO 7: ÁNGEL DE MI GUARDA

Estábamos con Max jugando ajedrez. El mar nos hacía llegar todo su envolvente murmullo de ballenas asesinas. Cuando estaba a punto de propinarle un jaque mate a Max, un olor fuerte a sudor y a whisky inundó el café del Capitán Nirvana. Era Gary Gilmour. Max se levantó rápidamente y abrazó a Gary. Gary era realmente grande. Parecía sacado del tronco de un árbol o algo así. Después Max se fue a la barra y trajo una botella de whisky. Gary se sentó en la mesa de nosotros. Max estaba emocionado.
La noche olía a whisky green stipe 100% choice scotch J&G Stewart Ltd. Edimburgh Scotland Estd. 1779. Gary se tomó el primer trago de un solo jalón y le preguntó a Max sobre la pelota de béisbol que le había regalado.
Gary dijo que efectivamente había estado en Zimbawe después de su ejecución en la silla eléctrica. Algo horrible en todo caso. Sin embargo, Dios no lo había designado como pastor de cebras, sino como pastor de aves. Todas las mañanas Gary contaba aves en las ramas de aquella sabana amarilla, seca y tranquila inundada por varios ríos. Las que más le gustaban eran las águilas pardas y los halcones negros. Gary le preguntó a Max qué había pasado después de la ejecución.
Durante varios años la rutina de Max consistió en regar sopa de paquete para alimentar a las palomas de la prisión y en hacer rebotar la pelota de béisbol contra el muro para recordarle a Dios que Gary Gilmour no debía estar en el infierno sino en una pradera de Zimbawe como pastor de cebras blancas y negras, blancas y negras.
Unos años después el guardia Monroe murió. Tal vez de tristeza. En todo caso el entierro fue triste y Monroe pidió que lo enterraran junto a Gary Gilmour, es decir cerca del único árbol de la prisión.
En los últimos días Monroe llevaba a Max y su madre a la playa. Parecían una familia normal, feliz. Salían los viernes en la mañana de la prisión. Iban primero a desayunar a un sitio decente y Monroe pedía café negro, crema y tostadas de mermelada para todos. Después iban a la tienda del señor Gore y Monroe le compraba a Max una pelota de colores y cigarrillos para La Pielroja. Todos los viernes Monroe llevaba a cabo el mismo ritual. Con el tiempo Max tenía una considerable colección de pelotas de todos los colores que fue acumulando en una celda de la prisión.
Monroe alquilaba un pequeño camión y en el platón acomodaban las pelotas. Max se montaba en el platón con las pelotas y dejaba que el viento seco lo despeinara, que le despeinara los sueños, las manos llenas de soledad, los dientes llenos de palabras secas. Monroe prefería los viernes porque no había nadie en la playa. Llegaban a la playa y La Pielroja extendía la toalla de mariposas azules. Monroe encendía un cigarrillo y sacaba su botella de whisky para ensopar esa mañana triste de viernes con un poco de green stipe blended scotch 100% choice scotch J&G Stewart Ltd. Edinburg Scotland Estd. 1779 ven para acá Pielrojita y me calientas los huesitos de volar las mariposas tristes azules rotas de la toalla arena viernes mierda un fosforo mar azul dolor de estómago ven para acá Pielrojita me calientas los huesitos. Después Max se ponía a jugar en la arena mientras las gaviotas llegaban atraídas por los colores amarillo azul violeta naranja viernes triste de las pelotas.
Generalmente Monroe se sentaba en la toalla junto a La Pielroja y se quedaba en silencio mirando el mar, el cielo, los barcos, las olas, las gaviotas. Entre tanto La Pielroja dormía plácidamente y tal vez soñaba con una casa llena de flores y patos salvajes que aleteaban sobre la sopa de minestrone.
Hacía el medio día Monroe iba al puerto con Max y traía algo de comer. Después dormía la siesta sobre la arena del mar. Hacía las cuatro de la tarde, cuando el cielo estaba azul y las gaviotas bajaban y subían, Monroe le decía a Max que había llegado la hora de echar las pelotas al mar. Entonces se ponían a escribir sobre las pelotas amarillo azul rojo violeta viernes triste gaviotas whisky arena viernes. Al cabo de una hora, a las 5 p.m., esa hora confusa donde las olas, la espuma y el sonido del aire revuelcan los recuerdos y los intestinos terminaban, Monroe se limpiaba la arena del cuerpo y cogía la primera pelota y la soltaba sobre las olas del mar. Una, dos, tres, cuatro, cinco pelotas amarillo azul rojo violeta viernes triste gaviotas whisky arena viernes se iban lentamente mar adentro mientras La Pielroja fumaba sentada encima de su toalla triste de mariposas azules.
Después regresaban a la prisión. Sin embargo, antes Monroe los invitaba a un pequeño restaurante. Comían pavo tomaban whisky. Todo para terminar de matar esos viernes rotos, confusos y tristes. Hacia las ocho de la noche entraban a la prisión y Max, se ponía a rebotar la pelota de béisbol de Gary Gilmour contra el muro de la prisión.
Monroe conducía a La Pielroja a su celda, pero antes de encerrarla le daba un beso en la mejilla, un beso, en todo caso que sabía un poco a green stipe 100% choice scotch J&G Stewart ltd. Edimburg Scotland Estd. 1779 pelotas amarillo azul rojo violeta viernes triste toalla de mariposas azules rotas cigarrillos sin filtro de Virginia mierda deme un fósforo El príncipe lic. 0999 aproximadamente 70 cerillas mierda deme un beso Pielrojita mierda acaríciame todos los huesos viernes gaviota whisky cielo azul descomposición de estómago camisa verde te vi Pielrojita.
Entonces Monroe murió una noche. Al otro día fue el entierro. No vino nadie. Monroe fue enterrado cerca de Gary Gilmour, cerca del único árbol de la prisión. Solamente estaban el sacerdote, La Pielroja y Max. La Pielroja dejo encima de la tumba de Monroe la toalla de mariposas azules que llevaba todos los viernes a la playa.
Después todos los días se llenaron de tedio, de orines, de palomas tristes que bajaban todas la mañanas del cielo azul a los patios de la prisión a comer sopa de paquete que Max les regaba sobre el cemento gris.
Coincidencialmente fue un viernes cuando dieron la libertad a Max y a su madre. Antes de salir de la prisión Max fue a la cocina y se robó todos los paquetes de sopa. Fue hasta el patio central y les regó un poco y con la sopa minestrone escribió Max Gary Gilmour Pielrojita Monroe Zimbawe viernes triste cielo azul palomas minetrone me voy sobre el cemento gris. Después se dirigió junto con su madre hasta el árbol donde estaban enterrados Monroe y Gary Gilmour y rezaron en silencio mientras las palomas rompían el silencio de aquel viernes con su aleteo constante ángel de mi guarda mi dulce compañía no los desampares ni de noche ni de día amén.
Era viernes, ocho de la mañana, cielo azul, dolor en las gargantas, tristeza en la boca del estomago. Un típico día de verano. Tal vez la costumbre los llevó aquel día a aquel restaurante donde Monroe los invitaba a desayunar café negro con crema y tostadas con mermelada. Pidieron tres desayunos. En todo caso tostadas, soledad, café negro, tristeza, mantequilla con viernes. La Pielroja, como siempre, se hizo del lado de la ventana para ver pasar los autos. Comieron en paz y dejaron el otro desayuno, el de Monroe, intacto, roto, desolado, ausente, sobre el mantel de cuadros rojos y blancos.
Posteriormente se fueron a la playa y pasaron aquel viernes solos, descompuestos, confusos. Max se durmió sobre el regazo de su madre y tal vez soñó con muchas pelotas amarillo azul rojo violeta viernes tristes gaviotas whisky arena viernes toalla de mariposas azules cielo azul roto dolor de estómago te quiero Pielrojita que se iban sobre la espuma negra de ese mar eterno y confuso.
Cuando Max salió de la prisión con su madre ya estaba bastante grande. Tenía aproximadamente veinte años y nunca se había acostado con ninguna mujer. Durante varios días caminaron por las carreteras. En todo caso Max siempre iba regando un poco de sopa de paquete minestrone en el borde de las carreteras para que las palomas estuvieran ahí, debajo del cielo azul, encima del pavimento cerca de sus olores
Otros días corrían con más suerte y algún camionero los acercaba hacía algún lugar, pero no sabían cuál. En todo caso Max les decía a los camioneros que los llevara a una ciudad que tuviera parques con palomas.
Una noche llegaron a un pueblo y Max se enamoró de una chica. Tal vez se enamoró de ella porque estaba comiendo helado de chocolate de una forma escandalosa. En efecto chupaba ese cono de chocolate con ganas violentas, como si fuera un falo de chocolate y ron con pasas, como si tuviera ganas de lamer el falo de un elefante cansado. La chica vestía un traje de flores y tenía los ojos claros. Sus ojos decía hola nene te tengo atrapado ven te chupo todo el cuerpito aquí o donde sea.
El pueblo estaba en fiestas y el parque de diversiones estaba iluminado y las mujeres llevaban faldas y camisas de flores y los hombres se emborrachaban en las esquinas sin afán mientras fumaban envueltos en densas nubes de humo azul. Max se enamoró de los senos de aquella chica, de su mirada, de su olor a rueda de Chicago, de su perfume a whisky barato y camisa de flores y entonces le dijo que lo acompañara al parque.
Entonces se dirigieron al parque de diversiones y le compró una pelota amarilla azul rojo y una cerveza. Era sábado. La gente estaba demente y los habitantes tenían sus culos rotos de la felicidad. El reloj daba las diez de la noche y el parque de diversiones olía a camisas de flores, a humo azul, a llévame a la playa y chúpame las tetas.
En la playa Max le habló a la chica, no sé tu nombre, de la ciencia de alimentar palomas en las tristes mañanas de los viernes. Era una ciencia complicada porque había que tener en cuenta el olor de los viernes, ese olor a pelota amarillo azul rojo violeta viernes triste gaviotas arena whisky que se acumulaba en el pliego de los minutos.
Después Max echó la pelota hacia el mar y la chica lo esperó sobre la arena con su mirada de gaviota, de cielo azul, esa mirada de chúpame las tetas y seguimos hablando después.
Esa noche Max conoció el amor allí en esa playa, cerca de las luces amarillas y confusas del parque de diversiones y le pareció que las tetas de aquella chica, no sé tu nombre, eran más divertidas que las pelotas de playa amarillo azul rojo violeta viernes triste y que las piernas de esa mujer con mirada de gaviota cielo azul sabían un poco a green stipe 100% choice scotch J&G Stewart ltd. Edimburg Scotland Estd. 1779 chúpame las tetas no quiero saber tu nombre loquito sabes a paloma triste no sé tu nombre arena whisky cielo negro estoy mareado ábreme más chúpame lámeme destrózame y luego dormiremos aquí en la arena y soñaremos con luces de colores hasta cuando salga el sol no quiero saber tu nombre loquito y tampoco sé tu nombre loquita.
Max y la chica se quedaron toda la noche en la playa hasta que salió el sol. Estaban dormidos cobre la arena cuando los primero rayos del sol salieron. Max abrazaba a la chica no sé tu nombre. El traje de flores de la chica se encontraba lleno de arena, de pequeñas babas nocturnas y sus labios sabían a aceite de ballena negra, a aleteo de gaviota sobre el cielo azul. Cuando se despertaron, la chica miró hacia el cielo azul, hacia las gaviotas y le dijo a Max que le chupara una vez más las teticas antes de que empezara a llover.
Mientras le chupaba las tetas a la chica, no sé tu nombre, Max sintió que se le revolcaba el estómago como si llevara allí dentro un millón de fuegos artificiales, como si la chica tuviera en la punta de sus senos, en su culo, un millón de dragoncitos inciertos que decían ven te tengo arena tócame no importa el cielo gris la lluvia sólo quiero que chupes y que guardes mi olor para siempre a las diez a las doce a las cinco uno dos y tres otra vez. Se despidieron en el parque de diversiones con un largo beso mientras el mar los envolvía con ese olor a whisky y a ballena dormida que tiene en las mañanas cuando las gaviotas se embriagan con la lluvia, con las nubes, con olor sucio de la arena, de los calzones sobre la playa ese perfume de las latas vacías de cerveza, en fin, con ese aroma de chúpame las tetas y te vi perro para siempre otra vez será. Mierda, siempre es así.
La Pielroja y Max siguieron su camino de ciudad en ciudad, de carretera en carretera. Cada vez que veían un urapán Max y su madre se acercaban y hacían una oración en silencio por Gary Gilmour y por el guardia Monroe ángel de mi guarda mi dulce compañía no los desampares ni de noche ni de día. Luego seguían su camino, sin afán, cobijados por el viento seco, el cielo azul, por las palomas.
Después llegaron a esta ciudad. Cuando vio el parque de la entrada a Max se le iluminaron los ojos.
La Pielroja entró a trabajar a una fábrica de ropa en el extremo sur de la ciudad y Max lo primero que hizo fue ir a la alcaldía a pedir puesto como alimentador oficial de las palomas de los parques de la ciudad.
Todas las mañanas después de que su madre se iba para la fábrica, Max se introducía en los parques. Bajaba por la 28, comía mangos en la esquina, se miraba en las vidrieras desde la Droguería Providencia y bajaba hasta el parque. Entonces se subía en los urapanes, recordaba a Gary Gilmour y al guardia Monroe y esperaba a que las palomas bajaran del cielo, del viento y del silencio mientras rezaba ángel de mi guarda mi dulce compañía no los desampares ni de noche ni de día amén viernes triste cielo azul. Un día, exactamente un viernes, Max fue conducido a la comisaría porque cerca del parque un camión atropelló a una paloma. Max cogió a golpes al conductor y rompió las botellas de la leche contra el pavimento. La Pielroja tuvo que venir a sacarlo. Max estuvo doce horas detenido en la comisaría y le extraño que no hubiera palomas en esa pequeña prisión.
Desde ese día Max no volvió a los parques. Durante varios meses La Pielroja intentó buscarle un trabajo. Finalmente Max consiguió un trabajo en una lechería. Su trabajo consistía en repartir leche en una Ford roja con pito de vaca junto con otros dos muchachos. La Babosa, cuyo mayor sueño era conformar una banda de asaltantes de bancos que se llamara El Puño Silencioso y su acompañante llamado Daisy, una figura que no se sabía si era mujer, hombre, burro o elefante porque vestía con trajes un poco escandalosos y su voz sonaba como una corneta llena de agua, llena de orines. La Babosa conducía el camión y Daisy y Max eran los encargados de repartir la leche. Empezaban el recorrido en la 20 y lo terminaban en la calle 46. Cuando terminaban paraban en la Cafetería Bugalú y tomaban un tinto mientras fumaban y hablaban de los partidos de futbol, de la canción de moda, de tetas, de culos, del olor a orines que tenían las calles y los parques, de la última anfetamina, de lógica de la heroína, del olor de los calzones rosados, que siempre olían a sábado por la noche, a ven y te levanto el ánimo muchacho.
La Babosa quería tener mucho dinero, conseguirse una rubia de tetas grandes y vivir lejos de la ciudad rodeado del brillo de las botellas de whisky. Daisy, por su parte, soñaba tal vez con ser arquero de algún equipo de fútbol o de pronto poner una peluquería que tuviera en una pared un afiche de Richard Gere sonriente. En todo caso La Babosa decía que había mucho billete de por medio, mucho billete para soñar, para gastar, que cuando llegara el momento saldrían en los diarios cagados de la risa, cagados en oro y ojala junto a la página de los caballos. A Max le sonó la idea y pensó en regresar a aquel pueblo donde había conocido a aquella chica de senos grandes, no sé tu nombre, para llevarla también lejos y chuparle las tetas antes del desayuno.
Los viernes en la noche Max, Daisy y La Babosa se reunían en el bar Triste México a gastar la noche, a hablar de aquellas mujeres de vestidos de flores que salían por la leche mientras el cielo estaba azul, esas mujeres de senos con pecas, de labiales rojos, de ojos negros y verdes y azules que salían de las casas cuando La Babosa hacía sonar el pito de vaca de la Ford, de esos días llenos de sol, de pecas, de tedios, de música triste.
En todo caso La Babosa tenía bien planeado el recorrido. En la 38 había una mujer que siempre estaba en la ventana esperando el pito de vaca. Cuando la Ford aparecía en la esquina la mujer salía a la puerta y La Babosa le decía a Max que terminara de hacer el recorrido y que lo recogiera en una hora.
- Güevones, sigan andando, yo me voy a hacer mi ejercicio matinal –decía La Babosa mientras se miraba en el espejo retrovisor.
Entonces La Babosa se bajaba de la Ford y se metía con aquella mujer de pecas, esa mujer que debía oler a vaca, un poco a potrero, a hierba seca. Max se ponía al volante y Daisy repartía la leche. Esas mañanas olían a perfume barato de Daisy, a sus palabras escandalosas, a sus sueñitos de mariquita que repartía leche pasteurizada. Daisy siempre hablaba de lo mismo, de los chismes de Vanidades obladioblada estoy mamado de repartir leche obladioblada dos bolsas de leche aquí tres bolsas de leche allá ahí viene la señora histérica obladioblada debería estar en algún cabaret llenando mis pulmones de humo azul de tristeza de cebolla obladioblada doble por esa esquina güevón obladioblada.
A las diez de la mañana pasaban a recoger a La Babosa. Después de echarse su polvo matinal La Babosa se sentía inmortal, encendía un cigarrillo e invitaba a Max y Daisy a una cerveza. Luego se iban a la lechería a gastar el día jugando dominó y a hablar mierda.
Una noche estaban en el Bar Triste México. El humo, la gente, los asientos olían a esa canción, take it easy take it easy y las mujeres iban y venían envueltas por un no sé qué, por ese no sé qué que eran sus vestidos de flores, por ese no sé qué que eran sus dientes blancos, por ese no se qué que era el olor de sus cuerpos, por ese no sé qué que eran sus pies, por ese no sé qué que era chúpame las tetas por favor aquí y ahora, por ese no sé qué que era levántame la falda y méteme las manos, los dedos cerca de mi olor, de mis olores, por ese no sé qué que eran sus manos llenas de cerveza, de lluvia, de silencios.
La Babosa había pedido cerveza para todos pero Daisy dijo que prefería algo más fino, más delicado. En la televisión pasaban una pelea de boxeo y todo el bar estaba atento al jab de derecha, al jab de izquierda. En la mitad de la pelea entró al bar un hombre de unos 40 años de edad y venía acompañado de aquella mujer con la que La Babosa hacía ejercicios matinales cuando repartían la leche. El hombre llevaba a la mujer a las malas y se dirigió a la mesa donde estaba La Babosa y lo cogió por la camisa azul que se ponía los viernes para ir a los bares y le plantó un puño en la mitad de la cara take it easy. Mierda, se formó una pelea tremenda. Daisy se escondió debajo de la mesa para que no se le dañaran sus pantalones blancos, esos pantalones de bota ancha llenos de pepitas, pepitas que decían ese soy yo, pepitas que decían no sé si soy hombre, mujer, burro o elefante, pepitas para salir los viernes, pepitas para jugar con la vida, con un poco de whisky, de soledad y cigarrillos.
En todo caso La Babosa salió mal librado de aquella pelea take it easy. Después de la pelea Daisy a curarle las heridas a La Babosa. En definitiva, su camisa azul quedo hecha una mierda. Por todos lados quedó lleno de sangre, de babas, de licor, de miedo. Sin embargo, al poco rato fue al baño y se miro al espejo y se vio reflejado take it easy en el cristal sucio del Triste Mexico y mierda, pensó que otra vez llegaba ese olor a sangre que tenían días take it easy. Se terminó de limpiar los rastros de sangre, cagó mientras fumaba tranquilamente y soñó con la Ford roja en medio de un potrero lleno de mujeres que tenían los senos como las vacas. Luego salió y se dirigió a la mesa. Estaba eufórico.
- La próxima vez me levanto a una mujer que no tenga pecas y le hago el amor en la mitad de un potrero sembrado de naranjas –dijo La Babosa mientras pedía otra ronda de cerveza.
Al poco tiempo La Babosa fue echado de la lechería por haberse robado una plata.
Los días posteriores fueron bastante aburridos. Max iba al volante. Daisy repartía la leche, pero los días, las mañanas ya no eran lo mismo. Faltaba la cagada de La Babosa, faltaban cigarrillos, sus chistes, sus invitaciones a cerveza, a hablar de fútbol, de culos, de tetas. No había duda. La Ford roja empezó a oler a Daisy, un poco a burro, un poco a elefante, un poco a obladioblada perfume barato. Sin embargo, todos los viernes se encontraban en el Bar Triste México.
Un viernes La Babosa les llegó con una noticia. Les dijo que tenía un plan para sacarlos definitivamente de aquella Ford roja, que iban a ser millonarios, que se pondrían camisetas de verano por el resto de sus días. La Babosa tenía todo preparado para asaltar un banco de la Avenida Blanchot y requería de la colaboración de Max y Daisy para llevarlo a buen término.
- Oye Max, allí solo van viejitas y maricas a consignar. Eso va a ser pan comido –les aseguró La Babosa.
Sin embargo, Max estaba preocupado y le hizo notar su duda a La Babosa.
- Oye Babosa, Gary Gilmour me dijo que para ser alguien debía robar un tren o algo así.
En todo caso La Babosa siguió adelante con el plan. La Babosa estaba seguro que todo iba a ser un éxito porque nadie se iba a imaginar que un travesti y un loco con cara de paloma fueran a asaltar un banco.
La preparación del asalto duró un mes. Todos los sábados por la tarde se iban a las colinas a ensayar tiro al blanco. Era importante que por lo menos Daisy, que solo sabía manejar tijeras, aprendiera a manejar una puta pistola. Llevaban cerveza y cuando se aburrían se tendían sobre la hierba, les disparaban a las nubes y hablaban del futuro que tenía el color azul del cielo y pensaban que cielo azul era estar en la playa con una botella y una mujer de camisa blanca, cielo azul era estar con una mujer que se llamara Miel, Melaza, Panela, Azúcar, cielo azul era escuchar música todo el día, cielo azul era ir a más de cien por hora, cielo azul era ir por la calle, meterse a un bar, hablarle a una desconocida, preguntarle el número telefónico, chuparle las tetas y luego llevarla al cine, cielo azul era caminar por los parques sin pensar en nada, cielo azul era tener cara de berenjena y no importarle, cielo azul era tener una botella whisky siempre al lado, cielo azul era caminar descalzo sobre la arena de la playa, cielo azul era montarse a un bus y no ir para ningún lado, cielo azul era alimentar a las palomas, cielo azul era acariciar el pelo de una mujer en la oscuridad, cielo azul era comer naranjas en la ventana, cielo azul era fumar y tomar café negro con dos cubos de azúcar, cielo azul era, en fin, cagar en paz.
La noche anterior al asalto estuvieron en Bar Triste México ajustando detalles. Max era el que iba a quedarse en la puerta. Luego de unos tragos en el Triste México cada uno se fue para su casa. Max subió por la 32, luego cogió la cuarta y antes de llegar a casa se miró en la vidriera la Droguería Providencia. Luego fue al parque y se lavó la cara en el estanque de las palomas y durmió allí toda la noche.
En la mañana, antes de las nueve, fue a la esquina, se comió un mango y después se fue a un urapán y pensó en Gary Gilmour.
Era lunes. Ocho y media, cielo azul, mango en el estomago. Antes de ir al punto de reunión rezó en silencio frente al urapán ángel de mi guarda mi dulce compañía no me desampares ni de noche ni de día amén.
Antes de las nueve las de la banda se encontraron en el reloj de la 30.
Indudablemente La Babosa era un experto en la materia. Cuando entró al banco se puso una media Dalia en el rostro. Lo mismo hizo Daisy, que iba con un horroroso pantalón blanco con flores negras. Daba la impresión de que iba para una orgía y no a atracar un banco. Max se quedó en la puerta con una Smith & Wesson. El atraco fue un éxito. A los cinco minutos salieron y se dirigieron a un Chevy que los esperaba cerca. El Chevy arrancó a toda velocidad y cogió por la calle que bordeaba el parque. Cuando pasaban por el parque un perro atacaba una paloma, cerca de un urapán. Entonces Max empezó a disparar como un loco al perro y La Babosa trato de calmarlo. El resultado fue que a Max lo expulsaron del carro y lo dejaron botado allí en el parque. Max le siguió disparando al perro y luego a las nubes, al cielo azul. Luego se confundió con la multitud, se subió a un bus y se fue a la fábrica donde trabajaba su madre y lloró en su regazo.
Días después La Babosa apareció muerto con un tiro en la nuca. Lo hallaron en la playa. Daisy, por su parte se cagó del susto y escondió la plata. A los pocos días se salió de la lechería y se dedico a lo suyo. Todas las noches se instalaba en una esquina de la Avenida Blanchot con su traje escandaloso, lleno de pepitas, lleno de mieditos, de sudorcitos, con un bolso, unas gafas negras, a esperar autos, los pasajeros de la noche. Por su parte, Max se compró en el mercado diez palomas y las acostumbró a que andaran por la casa. Durante mucho tiempo no salió. Vivía feliz con las palomas y en las noches hablaba con su madre, La Pielroja, que llegaba mamada de la fábrica, con el cuerpo lleno de agujas invisibles.
Todas las mañanas estaban clasificadas según el estado de ánimo de las palomas. Por ejemplo, si las palomas llegaban solamente hasta los techos y se quedaban en línea, la mañana tenía la lógica envolvente de la heroína, esa lógica venenosa, irreal, de estar en línea bajo el cielo azul, esa lógica de que el mundo es una plasta de mierda amarilla llena de velitas que son las chimeneas de las fabricas y un hapiverdituyú. Si las palomas venían y se posaban en las ramas de los árboles, las mañanas sabían un poco a pan, un poco a hojas secas, a mantequilla con tambores, a café negro, a dolor de estomago, a me quiero matar con una inyección en la cabeza antes del mediodía, pero antes me como unas berenjenas con queso. Cuando las palomas se confundían con la gente en los parques, la mañana sabia a Browning, a Smith & Wesson. Por eso Max les disparaba desde su ventana para espantar el olor de la mañana, ese olor a pólvora con trigo.
Garu Gilmour se había bebido dos botellas de whisky y se había fumado cualquier cantidad de cigarrillos. La noche estaba seca. Olía a sangre, a barro, a 11:45 p.m., a cielo fatigado, a cielo restringido. Gary dirigió su mirada hacia el afiche de una playmate, Mary Moon, que estaba pegado en una pared del Café del Capitán Nirvana. La pretty baby, Mary Moon, la playmate, ese animal en technicolor estaba detrás de la puerta con esos senos, son ese cuello, con esos ojos grandes, inmóvil, inmortal, manchada, restregada con sudores y miedos. Pretty baby que estás en el cielo no nos desampares con tus senos, con tus muslos dorados, con tus enormes nalgas redondas que tapan el sol, la luna y las estrellas, no nos desampares ni de noche ni de día. Hasta la próxima oración, pretty baby. Mamita.
En verdad Gary fue de malas. Gary quería cuidar animales pero la vida quiso que fuera asesino. En realidad no tenía cara de asesino, sino más bien de profesor de historia, que en el fondo viene siendo lo mismo. Esa noche Gary se quedó con nosotros en el café del Capitán Nirvana. Gary no nos dejo dormir y al otro día, cuando el sol estaba saliendo, nos dijo que lo acompañáramos hasta un urapán que había visto por el camino porque quería orar un poco en honor al guardia Monroe. Fuimos con Gary, hasta el urapán. Gary entonces sacó una botella de whisky. Siete de la mañana, cielo azul, mar en calma. El día olía un poco a green stipe 100% choice scotch J&G Stewart ltd. Edimburg Scotland Estd. 1779 ángel de mi guarda mi dulce compañía no lo desampares ni de noche no de día amén.