sábado, 29 de noviembre de 2008

CAPITULO 4: LOS OJOS DE GARY GILMOUR

El primer recuerdo. La cárcel. El cielo azul y los patos salvajes. Siempre el mismo maldito cuento. Claro. El cuento del paletero Danny. La cárcel. El cielo azul. La cárcel y su olor lejano, ausente. Max nació en la cárcel. Su madre había sido prisionera por haber matado a su marido. No importa por qué lo mató. Solamente importa cómo: Le lleno la boca de lechugas, remolachas y espinacas y ahogo y le dijo te vi cerdo. Hasta nunca. En todo caso Max nació en la prisión, celda número 56, patio 5.
El primer recuerdo de Max son las máquinas de coser Singer que alguna vez donó algún alcalde. Todas las mañanas las reclusas se ponían a coser ropa cerca de las ventanas mientras Max jugaba con la única pelota de basket que había en el patio número 5. A su madre le decían la Pielroja. Tenía el pelo negro y sus manos parecían para matar coyotes en las noches de luna. Todas las noches la Pielroja le contaba cuentos a Max en la celda número 56. Comían en el mismo plato. Siempre era lo mismo. Sopa Maggi de minestrone, una mogolla y café negro.
Cuando Max nació las otras reclusas jugaban con él. Lo disfrazaban de perro y por poco lo vuelven marica. Creo que definitivamente lo salvó un pequeño radio que se robó de una celda vecina.
Definitivamente los home runs de Pete Rose y los puños de Alí, de Foreman y Frazer lo salvaron de aquello. Todas las noches, después de que su madre le contaba algún cuento, siempre el mismo maldito cuento, ese que decía que el paletero Danny se había ido a África a vender paletas de vainilla para la pandilla y paleta de melón para el león, Max se quedaba escuchando las peleas de boxeo. Pero no tenía con quien hablar de Foreman porque su madre y las otras reclusas siempre estaban parloteando de corpiños, de ligueros, de la puntada francesa, de las agujas.
Con el tiempo Max se fue ganando la confianza de los guardias. Fue así como poco a poco conoció los otros patios de la prisión. Con el guardia Monroe por lo menos podía hablar de boxeo y de los deportes. Fue Monroe el que lo llevo a la celda número 90 donde estaba Gary. Gary Gilmour, condenado a la silla eléctrica. Gary tenía unos ojos azules profundos. Era huérfano y en su juventud había cantado en el metro para no morirse de hambre.
Gary olía a limpio y su camisa azul número 676869 le quedaba algo grande. Gary tenía una extraña expresión en la mirada. En efecto, Gary era un poco tigre, un poco paloma, un poco pato salvaje. Gary tenía la lógica de las aves. O de las hormigas. Era silencioso. Pasaba los días metido en aquellas rejas. A través del olor de las galletas y el café. Caminaba de pared a pared como los gorriones. Despacio. En silencio. Y tal vez pensaba en el olor a pan de los días. En ese olor que llegaba hasta su puta celda. Es olor que se le iba por entre los ojos, por debajo de sus silencios, por debajo del olor de sus calzoncillos. Mierda. El olor de los días de Gary detrás de unas rejas. Gary extrañaba el olor de las calles, de esas calles llenas de luces, ruidos, buses y mujeres. Mierda. En la prisión sólo olía a desinfectante. El olor del mundo estaba del otro lado. Del otro lado estaban esos pequeños olorcitos que conformaban los días. El olor de unas babitas dormidas, el olor de rubias, ese perfume animal, el olor de las téticas, ese olor parecido a la felicidad, el olor del licor, de la tarde, de los árboles, en fin esos olores que venían de los bares, de los techos, de las ventanas, de la ropa, de la lluvia y de las personas de la calle. El olor de las mañanas. Gary tenía una leve sensación de que lo mejor de la vida siempre sucede en las mañanas. Las mañanas eran un lapso de tiempo transparente, una delgada franja invisible donde se tejían los sueños, las palabras, los parques y el whisky. Estaba convencido de que en las mañanas se fabricaban las mujeres. Los árboles de la mañana. El resto del día era idiota. No valía la pena vivirlo. Lo mejor siempre sucedía en ese tejido de pequeñas nubes, en ese tejido absurdo que contenía la lluvia, la nada, el mareo, la locura, la mierda, las aves y la luz.
El silencio. Poco a poco se fueron haciendo amigos. Max comía en el mismo plato de Gary y hacia pipi en su bacinilla blanca. Con el tiempo Gary le consultaba todo a Max, sobre todo lo que tenía que ver con la relación entre los días y las aves. Para Gary los días pasaban según el estado de ánimo de las aves. Los lunes siempre pasaban los patos salvajes y rompían con su aleteo el murmullo gris de la prisión. Los martes las palomas se posaban en las mallas de alambre y se quedaban toda la mañana quietas, inmóviles, alucinadas. Los miércoles eran tal vez el día de los gorriones. Estos bajaban hasta el patio y picoteaban el asfalto buscando las moronas de pan. Los jueves y los viernes nunca había aves. El silencio. El olor. El día.
- Esos son mejores para morirse. Esos dos días las aves están en otra parte, lejos del olor del mundo
- decía Gary.
Gary le enseño a Max las reglas del beisbol, sus trucos.
También le conto que había cogido un batazo de Pete Rose el día en que asesino a su víctima número doce. Fue en un ascensor. Era una rubia que trabajaba en un bar cercano de donde Gary vivía. Gary nunca pudo soportar que aquella rubia no le hubiera aceptado la invitación para ir el sábado a la playa. Gary había llegado de un partido de beisbol y realmente se sentía inmortal. Había logrado atrapar una pelota que Rose había mandado a las graderías donde él comía palomitas de maíz. Gary considero que si un home run de Pete Rose había llegado hasta sus manos podía levantarse a aquella rubia del bar. Pero no fue así. Creo que la rubia prefería a los camioneros. Y Gary no era camionero. Su profesión era solitario. Gary vivía solo, comía solo, cagaba solo, lloraba solo, soñaba solo. Por eso después del partido de beisbol, con la pelota entre su bolsillo, se subió al bus, soñó despierto con la rubia de la cual no se sabía el nombre pero que tenía ganas de llamarse Porfiria. En todo caso algún nombre extraño, porque Gary clasificaba las mujeres por su modo de caminar y ésta caminaba dando pequeños salticos de venado asustado. Mientras iba en el bus, Gary soñó que invitaba a Porfiria a la playa. Soñó con la espuma del mar, con un traje de baño rojo, con una cerveza fría, con un aliento rubio entre sus manos, atrapado entre sus dientes. Entonces llegó al bar, se le acerco y le dijo:
- Hey Porfiria, tengo un home run de Pete Rose entre mis manos y eso me hace feliz. Eso es la felicidad. Y por eso te voy a invitar el sábado a la playa y tomaremos cerveza fría mientras el sol revienta en nuestros cuerpos en tu pelo que huele a fresa.
Pero Porfiria o como se llame no le hizo caso. Gary sintió que de nada había valido ir de esa tarde al estadio a ver a Pete Rose. Por eso siguió a Porfiria hasta los apartamentos Le Pavillon y esperó a que oprimiera el botón del ascensor. Tal vez pensó en darle una última oportunidad. Tal vez pensó en decirle que quería desayunar café negro cerca de sus babas perfectas, cerca de sus nalgas rosadas, cerca de sus dientes blancos, cerca de su olor a crema dental biflúor, pero Porfiria se metió en el ascensor. Gary hizo lo mismo y la mato a golpes con la bola con la cuál Pete Rose había hecho el home run aquella tarde de domingo a las tres mientras comía palomitas de maíz y estaba sentado sobre una cachucha azul para no ensuciar sus pantalones nuevos.
Una mañana el guardia Monroe le dijo a Max que la corte había fijado la fecha de la muerte de Gary. Max jugaba con la pelota de basket. La estaba haciendo rebotar contra el muro. El cielo estaba azul y del otro lado llegaban los sonidos de los autos que pasaban a toda velocidad y también el murmullo del viento contra las montañas. Monroe le dijo a Max que a la mañana siguiente ejecutarían a Gary en la silla eléctrica. Max se dirigió a la celda de Gary y como todas las mañanas Gary daba la impresión de ser un profesor de historia o algo por el estilo. En efecto, en las mañanas siempre tenía el pelo recién mojado, estaba bien rasurado y fumaba mientras observaba había el único árbol de la prisión. Se trataba de un urapán verde donde las palomas se posaban todas la mañanas a picotear las hojas y beber el rocío que se hallaba en la copa del árbol. Gary le tenía un nombre a ese árbol. Lo llamaba Zimbawe. Gary decía que en la próxima reencarnación sería un pastor de cebras en Zimbawe y que pasaría todos los días observando su manada de cebras blancas y negras tostado por el sol mientras comía cerezas salvajes.
- Tal vez me llamaré Zumbwer y mediré casi dos metros y tendré una mujer de senos flacos y morenos que hará pan tostado en una hoguera cerca de la choza.
Cuando Max llegó a la celda Gary cantaba get back get back get back to where you belong get back go home get back get back get back. Gary le hizo jurar a Max que iba a cuidar de Zimbawe y que le daría de comer a las palomas. Le dijo que el cocinero siempre dejaba sopa Maggi en la alacena y que eso les gustaba a las palomas. Max juró que así lo haría todas las mañanas.
La ejecución estaba programada para el otro día a las siete de la mañana. Lo único que pidió Gary Gilmour fue que le pusieran I Can’t Get No Satisfaction cerca de la silla eléctrica. También pidió que le dejaran leer los diarios y aquella parte de la Biblia que decía “muchos son mis adversarios y mis perseguidores, pero no me aparté de tus testimonios” y por último que lo enterraran cerca de su árbol preferido, cerca de la raíz de Zimbawe.
Ese día Gary le hizo un regalo especial a Max. De debajo del colchón sacó un bola de béisbol que olía a cama, a estadio lejano, a cerveza, a gritos, a gradería occidental, Gary le dijo que esa bola era el home run que había atrapado en el estadio, aquel lejano día en que mató a Porfiria y que todos los días debía hacerla rebotar contra algún muro de la prisión para recordarle a Dios que Gary Gilmour estaba en el Infierno y que allí se sentía demasiado solo y que lo que realmente deseaba era ir a una pradera de Zimbawe a ver cebras blancas y negras mientras se fumaba un tabaco en las tardes de verano.
Todo ese día Gary Gilmour le habló a Max de boxeo, de los salmos, de cómo sentaría en la silla eléctrica. En la tarde, luego de haber mirado a Zimbawe se sentó en la silla de madera que había en su celda, se quitó la correa y se amarro las manos. Parecía como si estuviera desayunando café negro y tostadas con mantequilla. Entonces empezó a cantar una canción y dijo que en el momento de la descarga iba a pensar en una larga autopista sembrada en la mitad de un eterno desierto amarillo que olía a mierda de coyote, a peyote y a babas de india comanche. Soñaría que iría a bordo de un Buick rojo de doce cilindros con el radio a todo volumen.
- Tal vez la sangre no me hierva tanto si pienso en esto –dijo Gary.
Al otro día, a las siete de la mañana, Max se encontraba cerca del pasillo. Gary Gilmour era custodiado por varios guardias. Su rostro dejaba ver una extraña mezcla de sensaciones. Mientras caminaba escoltado por los guardias parecía como si Gary fuese a encontrarse con una mujer solitaria en un bar para invitarla a una copa, pero también tenía esa mirada como si a uno de pronto le dicen que Dios movió el dedo y mierda, es el turno. Nada que hacer. El guardia Monroe se le acercó y lo abrazó como si fuera su propio hijo. Le puso un cigarro en los labios y le estampo un beso de padre. Monroe le hecho a Gary un poco de colonia en la barbilla. Le dio cariñosas cachetadas en las mejillas y le dio la bendición. Gary se arrodillo. En el nombre del Padre, del Hijo y de Espíritu Santo. Gary no quiso recibir al sacerdote de la prisión consideraba que el guardia Monroe estaba más cerca de él que el cura, que solamente se aparecía cada mes y daba un misa campal en el patio de la prisión y luego desaparecía en su pequeño auto. Antes de entrar a la sala de ejecución Gary se acerco a la ventana donde estaba Max y le dijo con los ojos no olvides lo de la pelota de béisbol Max no olvides a Zimbawe no olvides darles sopa de Maggi a las palomas en las mañanas cuida a la Pielroja yo sé porque te lo digo no olvides la curva número 7 era la que siempre cogía Pete Rose los domingos cuando el cielo estaba azul.
La ejecución fue rápida. Duro menos de un minuto. Mientras duro ese minuto el pequeño Max cantó “get back get back get back to where you belong get back go home get back get back”. El cielo estaba azul y mierda no había señales de Dios en las nubes. Mierda. El silencio estaba en otra parte. Las aves estaban en otra parte. El día, las nubes y el café se hallaban ausentes, lejanos. El silencio. La silla eléctrica. Los sueños podridos. El silencio.
Max lloró durante una semana y en esos días se olvido de ir hasta el urapán a echarles sopa a las palomas. No obstante, después lo hizo religiosamente todos los días. También hizo rebotar la bola contra la pared de la prisión para recordarle a Dios que Gary Gilmour no debía estar en el infierno sino en Zimbawe cuidando un rebaño de cebras blancas y negras mientras su mujer de senos flacos y morenos le preparaba el pan en la hoguera cerca de la choza.
- Oye chico. El día de mañana tienes que ser algo grande. Tienes que robar un tren o algo por el estilo.
Eso fue lo que Gary le susurró a Max antes de entrar a la sala de ejecución. El sol inundaba los pasillos de la prisión. El patio número 5 olía a café recalentado. Era jueves o tal vez viernes, porque no había aves en muros.

sábado, 22 de noviembre de 2008

CAPITULO 3: UNAS BABITAS, DOS BABITAS

La calle. La noche. Unas babas. Dos babitas. Tres babitas. La suciedad. Las luces de neón. Un disparo en la oscuridad. Un cuerpo. Dos cuerpos. Un cigarrillo. La ropa. Los autos. Los perros. Las putas y los bares. Los árboles y las canecas trip trip trip. Las ventanas. Los rostros que se asoman por la ventana. Las puertas. Los perros, guau guau. Otro disparo. Pum. Mierda. Ugh. Zas Un vidrio roto. Una sirena, Una puta que corre. La ropa. Un árbol. El aire. La calle. Qué cosa tan jodida. Ese olor. Ese olor. Diez de la noche. Un poco de lluvia trip trip trip.

Daisy está debajo de un poste de luz. Le digo a Lerner que nunca he podido saber si es hombre o mujer, elefante o burro, y entonces Lerner me responde claro Pink, a lo mejor es burro o elefante o algo así, qué cosa tan extraña trip trip trip. Daisy lleva un vestido un poco escandaloso, un poco triste, un poco con babitas por todos lados, un vestido en todo caso para putearse un poco bajo el aire violento de la noche, un traje lleno de carritos rosaditos yo no sé trip trip trip para las soledades que salen a las calles. La calle. La noche. La suciedad. Unas babas. Dos babitas. Tres babitas trip trip trip. Desde hace mucho tiempo Daisy sale a la calle, a esta calle, sale se fuma un cigarrillo y se acerca a los autos, expele el humo azul y dice nene ¿no te he visto antes? Y entonces la voz del auto responde desde la oscuridad marica güevón súbase y claro, a Daisy se le aceleran las hormonas, bota el cigarrillo, lo estripa con los tacones rojos, qué cosa tan escandalosa, se sube al auto y le dice a la voz, oye nene haz conmigo lo que quieras y mierda, el auto se aleja con esa figura llena de humitos tristes que no se sabe si es hombre, mujer, burro o elefante. La calle. La noche. Unas babas. Dos babitas. Tres babitas trip trip trip.

Cuando Daisy nació, su mamá lo primero que dijo fue mierda, esta vaina qué es. Al principio no sabían que era. Una mañana la mamá se acercaba a ese bebé que lloriqueaba y entonces le parecía que era como un hombrecito. Sin embargo, a la mañana siguiente le parecía en cambio que era más bien una mujercita. Al cabo de dos meses decidieron que era un hombre y entonces apresuraron al cura del barrio para que lo bautizara. Fue una ceremonia sencilla. Vino Sansón. Galletas de sal. Una lágrima. Dos lagrimitas. Agua bendita, aceite. En nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Lo llamaron Rodrigo. Pero al año, puta mierda, entre las piernas tenía más bien como una rajita, yo no sé trip trip trip y claro, que llamen de nuevo al cura. Fue otra ceremonia. Más sencilla. Vino Sansón, Galletas de sal. Una lagrimita no más. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Lo llamaron Daisy. La calle. La noche. Unas babas. Dos babitas. Tres babitas. A medida que crecía Daisy fue siempre diferente. Un cuco. Un cuquito. Tres cuquitos para Daisy, que ella o él mismo lavaba en el lavadero sin afán bajo el aire violento de la noche hasta que decidió putearse de una vez por todas, qué cosa tan extraña trip trip trip.
Una noche Daisy se acercó a un auto y claro, dijo a través del humo azul del cigarrillo oye nene ¿no te he visto antes? Y la voz contestó mariquita claro que te he visto antes, súbete y entonces Daisy se subió, se acordó de los consejos de su mamá, que pilas, que no se metiera con extraños, pero qué va, le pudo más la noche, el olor de las babas, de la gasolina y entonces, que vaina tan tenaz trip trip trip, se subió y buscó a la voz que provenía del interior y se dejo llevar por los perfumes, por un poco de whisky, por un poco de música, por un cigarrillo, por la lluvia, las luces, los semáforos. La calle. La noche. Unas babas. Dos babitas. Tres babitas. Mierda. Lo amarraron a un árbol. Lluvia. Un poco de sangre. Una gillette. Primero le rasgaron el vestidito de carritos rosaditos y Daisy les dijo que por favor no le dañaran el vestido, que era lo único que tenia, el único traje decente, pero puta vida, las voces le respondieron mariquita güevón calla la boca, limítate a respirar, qué cosa tan jodida, y después le hicieron una incisión con la Gillette en un muslo. En la cara le hicieron un corazón y en las tetas escribieron la hora. Doce y treinta y cinco trip trip trip. La calle. La noche. Unas babas. Dos babitas. Tres babitas, Después lo llevaron de nuevo al auto y lo bañaron en whisky. Claro. La noche perfecta. Whisky. Lluvia. Calor. Sangre. Cigarrillo. Entonces Daisy se echó a llorar y les dijo nenes déjenme en paz, déjenme putear en paz, pero que va. Lo llevaron al puente y lo amarraron de la manos y lo dejaron toda la noche colgado allí, con un poco de sangre, con el cuerpo lleno de cortaduras, con la hora marcada en las tetas llenas de silicona, doce y treinta y cinco de la noche. La calle. Unas babas. Dos babitas, Tres babitas. A la mañana siguiente la policía lo descolgó. Mierda. A urgencias. Vacuna contra el tétano. Y claro, llego la mamá y le dijo pero mierda, Daisy, pilas con los extraños y entonces cuando llego el médico Daisy le dijo oye nene ¿No te he visto antes? Y el médico respondió fresco loco trip trip trip. La mamá creyó que se iba a morir. Otra ceremonia. Que traigan al cura. La extremaunción. En nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo. Amén. A los tres días Daisy salió del hospital y lo primero que hizo fue comprarse un vestido escandaloso y le dijo a la mamá que le diera plata, que se iba a una orgía con un poco de maricas, que no le jodiera la vida. La calle. La noche. Unas babas. Dos babitas. Tres babitas. Qué cosa tan jodida.

El único amigo de Daisy era un elefante triste del zoológico. Todos los días Daisy iba al zoológico y se sentaba frente al patio del elefante Dick y le decía oye Dick ¿Me escuchas?, te habla Daisy, un elefante o un burro marica yo no sé trip trip trip y entonces Dick el elefante lo miraba a través de esos ojos grises y le decía fresco mariquita, sácate los mocas mientras hace sol, qué cosa tan jodida. Daisy se quedaba todo el día cerca de Dick. Fumaba. Leía. Lloraba. Fumaba. Llovía.
La gente de la ciudad ya lo conocía y los niños siempre decían oye papá, vamos a ver al nuevo animal del zoo y claro, los enamorados decían nos encontramos a las tres cerca del marica con cara de elefante trip trip trip, que vaina tan jodida. La calle. La noche. Unas babas. Dos babitas. Tres babitas.

Llegó la mamá y le dijo pero mierda, Daisy, pilas con meterte con elefantes extraños y Daisy le dijo que no lo jodiera, que se fuera para la porra. Otra vez llamaron al cura. Otra ceremonia sencilla en la clínica. Vino Sansón. Galletas de sal. Una lagrimita. En nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo. Esta vez se hizo bautizar Daisy Dick trip trip trip y le dijo al cura oye nene ¿No te he visto antes?, el cura le respondió Dios me libre de esta creatura, perdónalo porque no sabe lo que dice ni lo que hace, amén y mierda, desde ese día Daisy se dio cuenta de que era un poco marica del todo, un poco elefante del todo trip trip trip y que no le gustaban las galletas de sal. También le dijo al cura que le echara agua bendita en la hora que tenia marcada en una teta. Doce y treinta y cinco. La calle La noche. Unas babas. Dos babitas. Tres babitas.

sábado, 15 de noviembre de 2008

CAPITULO 2: UNA AMBULANCIA CON WHISKY

Me llamo Sven y morí ayer o tal vez la semana pasada. Realmente no sé qué sucedió. No sé si fue una inyección de veneno en las venas o si me estallaron una botella de whisky en la cabeza. No sé. No sé. O si me abalearon en la puerta del Bar Anaconda. O tal vez en el Bar Los Moluscos. Lo único que recuerdo son las luces de un bar, el baño lleno de vómito y una canción, With or Without You, en el fondo del recinto, en el fondo de las luces, en la lluvia, un letrero en el espejo que decía “entonces le diré que nunca más me pondré esta ropa”, un teléfono, una ambulancia, una puerta blanca y de nuevo alguien que decía oye tranquilo yo puedo vivir sin ti, tranquilo With Or Without You, doce de la noche mierda, se nos muere, mucha heroína, mucho alcohol, mucha tristeza, mierda, quédese tranquilo, relájese, piense en un cielo azul, en una ciudad con edificios blancos, sueñe con un potrero lleno de naranjas, con una mañana con una lluvia de aves negras, piense lo que se le dé la gana, mierda se nos va, tranquilo With Or Without You.
En la ambulancia me sentí como un muñeco de trapo. Un muñeco de trapo abaleado por las luces de la sirena, el mareo, la noche y el olor de la sangre. Tenía ganas de cagar diamantes. Cerré los ojos y de pronto me sentí como un árbol atravesado por cuchillos blancos.
Creo que en la ambulancia me enamore de la enfermera. Era una enfermera como la de las películas, un poco con los ojos claros, con las manos finas poseía ese olor a sangre con perfume de rosas, ese perfume, yo no sé, que me mareaba, que me enloquecía, ese perfume que sabía a doce de la noche, a mírame preciosa antes de me muera. Le dije a la enfermera que me parecía conocerla, que tal vez la había visto en un parque leyendo algún libro, que tal vez la había visto en alguna lluvia o que a lo mejor el calor de su cuerpo me recordaba el aliento en las mañanas de sol. Pero, puta mierda. Ella me dijo que no le gustaban los parques. Falsa alarma. Y pensé yo a ésta la he visto en alguna parte, mierda, ésta tiene cara de caminar por las calles, tiene cara de cantar Spend The Nigth Together. Olía a limpio, a alcohol. Creo que le dije oye preciosa ¿me quieres? Y ella respondió claro precioso, te quiero, pero quédate quieto. La sirena siguió aullando y creo que estaba muy mal cuando pasamos por la Avenida Blanchot porque alcancé a escuchar el murmullo de la gente en los bares, en las calles, en los parques. El murmullo de los calles se me escapaba definitivamente por entre el pliegue diminuto de los dedos y de la risa. Mierda. El ruido de la calle, el olor de la calle, el perfume del mundo se estaba diluyendo vertiginosamente en el reflejo de la lluvia y entonces le dije a la enfermera que siempre había querido una muerte así, con violencia, con whisky en la mitad de los sesos, una muerte nocturna y en una ambulancia con una enfermera que me dijera que pasáramos la noche juntos. Ella me respondió que me quería dar un beso en la mitad de mis sueños ensangrentados. Claro preciosa. La sirena siguió aullando como una perra herida que corría rompiendo el aliento caliente de la noche.
El hospital era triste. En urgencias había un marica acuchillado. Tenía la cara descompuesta y su perfume barato se mezclaba con el olor de su sangrecita escandalosa. A un lado había un atropellado. Mas allá un borracho. También una chica con sobredosis. En todo caso el recinto olía a whisky, con sangre y a algodón. La noche estaba descompuesta. La noche se estaba cayendo a pedazos a mí alrededor como un absurdo naipe donde definitivamente nadie ganaba.
La enfermera me dijo fresco muñeco, nada va a pasar, abran paso, se nos va, mierda, y yo estaba pensando en mi número telefónico para dárselo a ella y decirle pasemos la noche juntos, pasemos la noche bajo la lluvia, soñemos bajo la lluvia, seamos la lluvia, seamos una hoja seca. La camilla siguió avanzando a través de un pasillo lleno de gente en silencio. La gente me miraba con esos ojos que decían pobre chico, tan joven, tan sano, tan blanco, y yo desde la camilla les dije tranquila gente, no soy tan sano, ni tan limpio, ni tan creyente, no me lavo los dientes todas las mañanas como ustedes, no me cambio de medias todos los días como ustedes, no leo tantos libros, no hago deporte ni rindo tanto en el trabajo como ustedes, tranquila gente.
No veía el hospital desde la última sobredosis de un amigo que se inyecto whisky en las venas en un wc de un bar luego de una decepción amorosa. Le dije a la enfermera que no me dejara, que estuviera conmigo todo el tiempo y que por favor encendiera un cigarrillo, claro precioso, toma un cigarrillo, dijo ella y entonces me acarició la cabeza suavemente como si mis sueños fueran copos de algodón. El cuerpo. La noche. La sangre. Dentro de mi cuerpo una mano invisible y caliente escarbaba y sacaba manojos de luz y silencio. Un hueco negro se estaba abriendo paso a paso a través de los huesos y lo estaba llenando de sangre y ruido. Después llegó un médico y dijo que el asunto era grave, que no me moviera, que de que grupo sanguíneo era y le dije que de grupos sanguíneos poco, que si quería le hablaba un poco de grupos de rock. Un poco de Jimi Hendrix Experience, de Cream, qué va, dijo el médico, el asunto es grave, y entonces miré a la enfermera y me dieron ganas de estar con ella en una fiesta bailando Spend The Nigth Together, ganas de estar con un vaso de vodka, ganas de darle un beso en la mitad de los dientes blancos, ganas de decirle nena vámonos de aquí y hacemos el amor en la playa, ganas de estar en sus manos llenas de árboles. Sin embargo ya estaba muy mal, estaba mareado y el techo se movía encima, afuera llovia y no me acordaba ya si me llamaba Sven o Axel o si era viernes o sábado o jueves en la mañana, tranquilo I can live with or without you. No sabía si tenía realmente ganas de morirme o ganas de desangrarme en la mitad de la lluvia mientras le decía a la enfermera me gusta tu perfume, me gusta la forma como me inyectas el suero, me gusta la forma como me tomas el pulso, me gusta tu pelo, me gusta el sabor de tu boca, me gusta cuando cantas Spend The Nigth Together, me gusta ese reloj que da la media noche, me gusta que me acaricies la cara mientras me desangro, me gusta cuando me dijiste tranquilo muñeco, todo va a salir bien, piensa algo lindo, y claro, yo le dije que iba a pensar algo lindo, y pensé que le regalaba flores con vodka en una mañana de sol y que llegaba a su puerta y hacía sonar el timbre ding-dong y le decía hola preciosa, tranquilo muñeco, pero ya no sabía si era RH positivo, RH negativo, si era negro o blanco o sambo o mulato, cristiano, budista, ateo, asalariado, independiente, comunista línea Pekín, comunista línea Moscú, no me acordaba si me gustaba el café con dos cubitos de azúcar o con tres cubos, si estaba en la Habana o en Praga, en Bruselas o en París, en un hospital o en un muladar, tranquilo nene.
Después me llevaron al quirófano, y varios médicos con cara de ballenas blancas se me echaron encima, fresco locos les dije, grave asunto dijo uno de ellos y giré la cabeza y en la puerta vi a la enfermera que me mandaba un beso con las manos, con la punta de los dedos. Estire los brazos. Hice todo lo posible por atrapar ese beso invisible que venía hacia mí y creo que lo atrapé porque sentí un calorcito en la palma de las manos y deseé no morirme, deseé en ese momento con todas mis ganas ser el conductor de esa ambulancia para verla todos los días, para decirle oye preciosa ¿me quieres?, para cantar junto a ella Spend The Nigth Together en las mañanas de sol, pero en ese momento morí.
Cuando salí del hospital la ciudad había sido destruida por completo. Era un viernes y hacia sol, pero también llovía. La mañana olía un poco a whisky, un poco a Philip Morris Products Inc. Richmond, Va Flip Top. La mañana era una prisión de luces amarillas, una prisión con cielo azul y hojas secas. Pensé en Amarilla, que se había ido una semana atrás. Deseé con todas las ganas del mundo entrar con Amarilla en algún bar tomando una copa y viendo alguna pelea. Simplemente estar con Amarilla y verla a través del efecto del vodka y después salir a la calle, a algún parque y decirle tranquila muñeca, yo te amo, tranquila muñeca, yo te quiero, tranquila muñeca, todo va bien, tranquila muñeca, el próximo sábado te llevo al hipódromo y apostamos por LCD o por Sandinista, tranquila muñeca te compraré gafas de sol y nos emborracharemos toda la tarde, no importa el LCD no gana, no importa, sólo importa que estemos los dos, luego iremos a la playa a ver los barcos, contaremos los barcos, soñaremos que estamos en África, en Asia, tranquila muñeca, llevaremos todos tus gatos, de eso puedes estar segura, tranquila muñeca, los dos estaremos presentes en el leve perfume de los árboles en las mañanas, seremos árboles, seremos hojas, seremos el viento, tranquila muñeca, nos desmoronaremos lentamente en las mañanas de lluvia, en las mañanas de sol, y luego, cuando pasen los días, no tendremos ni las mañanas, ni la lluvia, ni el sol, tranquila muñeca, también llevaremos vodka y whisky para ensopar los días, mañanas y las noches, los minutos, las horas, las hojas, las nubes, el cielo, el aire, las calles, las montañas con alcohol, con ruido, con babas, con sudor.
Tranquila muñeca.
Durante varios días camine sin rumbo fijo por las ruinas de la ciudad. Finalmente llegue al malecón. El mar estaba en calma. Llovía. No había nadie. Al final del malecón había un pequeño bar. Se llamaba El Café del Capitán Nirvana. Eran las doce del día y cuando me acerqué sonaba I Shot The Sherif. Era lunes y no pude obtener satisfacción. Me senté en una de las mesas exteriores del Café de Capitán Nirvana y hombre salió a atenderme. Era la primera vez que veía a alguien en muchos días y le dije al hombre que si había visto a una enfermera de ojos claros que cantaba Spend The Nigth Together por allí y el hombre me dijo que no. Bueno, entonces pedí un vaso de vodka con hielo y no pude obtener satisfacción. Cuando el hombre me trajo el vodka le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Max y le pregunté esta vez por Amarilla, que si había visto a Amarilla, que olía a rosas. Max me dijo que me tranquilizara, que me limitara a respirar. Claro Max. Me tomé el vodka lentamente. Mire hacia el mar. Era mediodía y una gaviota revoloteaba encima del Café del Capitán Nirvana y no pude obtener satisfacción.
Ese día le dije a Max que si me podía quedar allí, que no tenía a dónde ir. Max dijo que claro, que solamente cerrara los ojos, que me tomara todo el vodka que quisiera y que escuchara I Shot The Sherif. Después Max puso algo de Wagner y dijo que adoraba a Wagner en las mañanas y que siempre lo ponía porque esa mezcla de tristeza, mar y vodka y además confiaba en Wagner porque alguna vez leyó que era un tipo que era capaz de componer mientras cagaba y que eso era suficiente para confiar en él. Claro Max.
Los días en el Capitán Nirvana eran realmente tediosos. En las tardes siempre nos cogíamos a golpes con Max, porque él decía que era para no perder la costumbre. Entonces Max se dirigía al afiche de George Foreman que tenía colgado en el interior de Café del Capitán Nirvana y se postraba enfrente, se echaba la bendición, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y luego decía oye Foreman ¿otro golpe? Y Foreman le decía desde el afiche, claro Max, otro golpe. Entonces salía e improvisaba con las mesas del bar un ring de boxeo y me decía oye Sven ¿preparado? Y yo le respondía, claro Max, preparado. Atención, round número uno. El Café del Capitán Nirvana presenta esta tarde a Max, El Asesino del Malecón, treinta peleas por la vía del sueño, poderoso jab de izquierda, una cortadura en la mejilla derecha, un Cadillac rojo para llevar a las muñecas después de la pelea. Y en la otra esquina Sven, Cara de Tigre Cansado, veinte peleas por la vía del sueño, diez perdidas, tres entradas a la cárcel por abuso de alcohol y drogas. Luego de media hora la sangre empezaba a correr por las narices y entonces parábamos y seguíamos tomando vodka. Recordábamos la cárcel, la calle, las hamburguesas con grasa, la cerveza, en fin ese olor Philip Morris Products Inc. Richmond, Va Flip Top Box Made in USA que se iba pegando a los cuerpos, el cielo de las mañanas, a los días y a las noches, recordábamos esas mujeres que olían a whisky, y a esas mujeres por la que uno era capaz de matar a un comisario, esas mujeres por las que uno es capaz de escribir su nombre con sangre sobre la superficie de un lago congelado y claro, siempre le hablaba a Max de la enfermera que había conocido la noche que morí, y le decía oye Max, la hubieras visto, me mando un beso invisible en el quirófano mientras cantaba Spend The Nigth Together y me dijo tranquilo muñeco y yo le respondí tranquila muñeca y no pude obtener satisfacción.
Con nosotros estaba Joe, un pequeño fox terrier que habíamos rescatado con Amarilla la noche que ella se fue. Joe el pequeño fox terrier tenía pelo de alambre siempre dormía entre mis piernas. Siempre lo acariciaba y le echaba un poco de humo azul cerca de la nariz y le decía animo Joe, porque Joe siempre estaba como triste, como bajado de nota, como si se hubiera dado cuenta de que los días eran tristes y opacos y grises y entonces le volvía decir animo Joe, pero Joe me miraba con sus ojitos negros, roticos, tristes, y nada parecía animarlo. A veces le daba un poco de vodka, le ensopaba su boca en vodka. Ánimo Joe. Mierda, que perro tan triste.
Del Café del Capitán Nirvana sólo quedaba las mesas y el aliento ausente de sus mujeres, ese aliento animal que se escurría por el filo de los vasos llenos de licor, por el filo del perfume ido de sus primeros días. Las mañanas se filtraban en los cuerpos lentamente como inyecciones, pequeñas inyecciones de algodón, inyecciones de sueños, plenos de arena, whisky, sangre, sudor, lágrimas, tetas, culos y humo. Pensar, tomar, fumar.
Levantarse. Acostarse. La sangre. El whisky. La luz. El humo. Los días. Sus mejores días. Esos días llenos de nalgas ciertas, tetas inciertas, calzones certeros, de licores, de cigarrillos, de horas eternas que pasaban bajo luz, días que se fueron diluyendo como cubos de hielo. Fueron días grandiosos. Las mañanas siempre olían a cabellos profundos, dorados. A venado limpio. En las noches se organizaban peleas de boxeo y las mujeres hablaban con todo el mundo. Las noches olían y no había preocupaciones. Los días pasaban a través de la luz, a través del olor de los árboles, los labios, las nalgas, la espuma del mar y el olor del wc. La sangre. El whisky. Los labios. El wc. La luz. Las nubes. Las nalgas. De pronto la felicidad era ir al wc, cagar en paz, pensar en paz, amar en paz, odiar en paz. Los sábados iban al hipódromo a apostar a caballos que tenían nombres hermosos, míticos, caballos que se llamaban El Trofeo de Elías, La Lechuga de Vladivostok, y se embriagaban en medio del olor a arena de aquellos sábados y luego regresaban al Café del Capitán Nirvana a hablar de boxeo, a regar un poco de sangre en las mesas. Regresaban con los cuerpos llenos de agujeros, con la mirada vuelta mierda, con las manos llenas de lluvia y se sentaban a fumar, aplastaban los traseros en los asientos del Capitán Nirvana abaleados por el humo azul del Philip Morris Products Inc. Richmond, Va Flip Top Box Made in USA mientras se consumían el aliento invisible de los días y las noches. La sangre. El whisky. Pensar. Dormir. Fumar. Levantarse. Acostarse. Culear. Los labios. Las nalgas. Puta vida. Las mañanas llenas de pequeñas luces inútiles. El wc.

sábado, 8 de noviembre de 2008

CAPITULO 1: PINK TOMATE

Soy Pink tomate el gato de Amarilla. A veces no sé si so y tomate o gato. En todo caso a veces me parece que soy un gato al que le gustan los tomates o más bien un tomate con cara de gato. O algo así. Me gusta el olor del vodka con las flores. Me gusta ese olor en las mañanas cuando Amarilla llega de una fiesta llena de sudores y humos y me dice hola Pink y yo me digo mierda, esta Amarilla es cosa seria, nunca duerme, nunca come, nunca descansa, qué vaina, qué cosa tan seria. Claro a veces me desespera cuando llega con las noches entre sus manos, con la desesperación en si boca y entonces se sienta en el sofá, me riega un poco de ceniza en el pelo, qué cosa tan seria, y empieza a cantar alguna canción triste, algo así como I want a trip trip trip como para poder resistir la mañana o para terminar de joderla trip trip trip.
Mierda, los días con Amarilla son algo serio. Yo voy a intentar hacer un horario de esos días llenos de sol, esos días un poco rotos, raros, llenos de humo, un poco llenos de café negro. Voy a hablar en presente porque para nosotros los gatos no existe el pasado. O bueno, si existe, lo que pasa es que lo ignoramos. En cuanto al futuro nos parece que es pura y física mierda. Sólo existe el presente y punto. El presente es ya es un techo, una calle, una lata de cerveza vacía, es la lluvia que cae en la noche, es un avión que pasa y hace vibrar las flores que Amarilla ha puesto en el florero, el presente es el cielo azul, es una gata a la que le digo eres cosa seria y ella me responde sí, soy cosa sería, mierda, el presente es un poco de whiskey con flores, es esa canción con café negro, es ese ritmo con olor a tomates, ocho de la mañana, techos grises, téticas con pecas, nada que hacer I want a trip trip trip mierda, que cosa tan seria.

6:00 a.m.
Llega Amarilla de una fiesta y me dice oye Pink, ¿Cómo vas? Y yo le contesto bien, todo va bien. Amarilla tiene el pelo revuelto, me acaricia y yo le doy un arañazo en una nalga, como para no perder la costumbre. Amarilla se dirige a la cocina y se prepara un café, mira por la ventana, se acaricia el pelo y dice que la vaina esta jodida y yo pienso que en verdad todo esta jodido. Los árboles están jodidos, las calles están jodidas, el cielo esta jodido. Las palomas están jodidas. Mierda. Yo también estoy como jodido. Me dan ganas de ahogarme en salsa de tomate.

7:00 a.m.
Rojo o tal vez azul. No sé. El sofá donde está sentada Amarilla tiene tal vez esos dos colores. Amarilla se fuma un cigarrillo. Se lo fuma sin afán. El humo azul de su cigarrillo me envuelve. Amarilla me hecha directo a los bigotes. Amarilla se arregla las uñas y corta uno de los bigotes. Puta mierda. Siempre hace lo mismo cuando está deprimida. Luego subimos a la azotea y Amarilla abre los brazos, respira y me dice que la mañana está perfecta para suicidarse. Entonces me agarra y me lanza a otra azotea que queda abajo y yo doy vueltas y vueltas y por mis ojos pasan el cielo azul, los edificios, las nubes, el sol, las ventanas, los ruidos y finalmente caigo parado en la otra azotea en medio de un poco de ropa extendida y digo mierda, esta Amarilla es cosa seria. Subo hasta donde está Amarilla y me acurruncho entre sus piernas y pienso mierda, qué rico. Me arrepiento de haber pensado en ahogarme en salsa de tomate. Comemos galletas de chocolate y miramos la ciudad. Amarilla se sienta y lee el periódico. Me muestra una noticia de un hombre que mataron por una orinada.

8:00 a.m.
Sube el viejo Job, el vecino de Amarilla, con un poco de café. Con Job viene Lerner, su gato. Lerner es un poco tímido. Yo saludo a Lerner y le digo oye Lerner ¿Qué te pasa? Y entonces Lerner se esconde detrás de las piernas del viejo Job y me dice no Pink no me pasa nada, fresco loco. El viejo Job se sienta al lado de Amarilla y respira hondo. Ya me lo conozco. Le gusta oler el champú que usa Amarilla. Fresa. A mí también. El viejo Job le echa un poco de Brandy al café y deja la botella destapada. Meto mi lengua en la botella. Me gusta sentir ese mareo del brandy, ese mareo que quema por dentro a esta hora cuando todo parece normal, cuando todo el mundo se dirige al trabajo, cuando todo el mundo piensa cosas correctas. Me gusta ese mareo a esta hora cuando no es normal que uno esté un poco ebrio, un poco triste, un poco como vuelto mierda.

9:00 a.m.
Bajamos. Estoy mareado por el brandy. Ebrio. Estoy envenenado por la mañana, por el cielo. Mentira. Estoy envenenado por Amarilla en la mañana, por Amarilla en el cielo, por ese olor de Amarilla que se haya diseminado por todas partes. El día huela a Amarilla. Miro hacia el cielo y veo en las nubes la forma de sus nalgas, la palma de sus manos. Veo los árboles y el ruido de las hojas me dicen oye gato marica pon atención te habla Amarilla. Mierda, qué cosa tan seria trip trip trip.

10:00 a.m.
Amarilla se despide del viejo Job. El viejo suspira y le mira las nalgas. Lo comprendo. Antes de despedirse el viejo Job le dice que más tarde viene con una torta de naranja y Amarilla le dice está bien viejo, está bien. Amarilla cierra la puerta y se abre la camisa. Se fuma un cigarrillo. Abre la ventana. Se coge las tetas, observa sus pecas iluminadas por el sol, se mira las manos y finalmente se queda estática ante su reflejo en la ventana y trip trip trip. Es evidente: Amarilla ha empezado a tejer la red de su día allí frente a la ventana. Está un poco desesperada trip trip trip. Suena el teléfono. Amarilla contesta. Se ríe y dice que en realidad no sabe si tiene ganas de una orgía o de un pan con mermelada trip trip trip.

11:00 a.m.
El sonido del agua me aturde. Afuera hace sol. Amarilla se baña. El ruido del agua inunda el día, la mañana, el mundo, árboles. En ese momento solamente existe ese ruido. El mundo se reduce al sonido del agua cayendo sobre el cuerpo de Amarilla, sobre sus tetas, sobre sus nalgas, sobre su cuello, sobre sus piernas. Eso es el mundo: agua, Amarilla, la canción que canta trip trip trip, el rayo del sol que cae sobre mi cuerpo. Nada más. Amarilla sale del baño y me dice que salgamos a decirle adiós al cielo azul con las manos.

12:00 m.
Amarilla prepara algo para almorzar. Alguna receta con tomates. Fuma mientras pela los tomates. Dice que ayer fue a presentar una entrevista para un trabajo en la fábrica. Creo que una entrevista para un trabajo es algo así:
Nombre: Amarilla.
Estado civil: Soltera.
Religión: Ninguna conocida. Alguna vez intentó ser Krisna pero la cogieron comiendo una hamburguesa grasienta y la expulsaron. Pero se había leído parte del libro de los Vedas. Después intentó ser vegetariana. Tampoco le funcionó. Por último se metió a una liga que defendía las ballenas. Hasta donde sabia su madre la bautizó. También hizo la primera comunión en la iglesia de Jesucristo Obrero.
Sexo: Perdió la virginidad en el asiento trasero de un viejo Ford, una noche de verano.
Dirección: Avenida Blanchot.
Enfermedades: Las de la niñez y alguna que otra infección pasajera, sin importancia.
Experiencia laboral: Mesera de bar, acomodadora en un cine, alguna vez vendió lotería, traductora.
Estudios: Empezó a estudiar de noche inglés y computación pero la echaron a mitad de semestre porque un malparido profesor se lo pidió.
Idiomas: Algo de inglés. Se sabía toda la canción Copacabana de Barry Manilow.
Comemos en silencio. Amarilla me dice que tiene ganas de hacer siesta porque siempre que duerme a esa hora sueña con barquitos de papel en la mitad de un cielo azulito. Pienso en sus nalguitas rosaditas trip trip trip.

1:00 p.m.
Amarilla está dormida. De pronto suena el ding-dong del timbre. Mierda, debe ser el viejo Job. Otra vez ding-dong. Mierda que viejo tan insistente. Ding-dong. El viejo Job se sienta junto a la puerta y empieza a comerse la torta de naranja. Le da un poco a Lerner, el gato tímido. Salgo por una ventana y me acerco lentamente. El viejo Job me ofrece un poco de torta, pero yo la rechazo. Mierda, qué cosa tan seria. Le digo a Lerner que qué le pasa, que qué se cree, que más bien nos vayamos a cazar raticas como debe ser. Lerner se avergüenza y me dice claro Pink.

2:00 p.m.
Amarilla se despierta. Estoy junto a ella. Amarilla se dirige al comedor y se sirve un poco de whiskey. Suena el teléfono y Amarilla contesta. Se ríe y dice que en verdad haga lo que le dé la puta gana. Entonces me acaricia y me dice que me va a llevar al hipódromo para que conozca a los caballos. La veo y pienso que en verdad haga lo que le de la puta gana conmigo trip trip trip.

3:00 p.m.
Salimos a un parque. La tarde está un poco triste. Un poco rota. Un poco difusa. El cielo esta gris y hace un poco de frio. Amarilla me dice que tiene ganas de tomarse una fotografía en un día triste. Amarilla se sienta bajo un árbol y saca una botella de whiskey. Toma un sorbo o ensopa su mano con el whiskey y yo le lamo la palma lentamente, sin afán. Nuestro árbol grande e inspira confianza. A los pocos minutos una sirena interrumpe la calma del parque. Mierda. Unos árboles más allá una mujer se trata de ahorcar. La policía llega a tiempo en impide que la mujer se ahorque. Claro, la policía siempre se tira todo. Esa mujer ahorcada hubiera completado lo que le faltaba a ese día para ser más triste trip trip trip.

4:00 p.m.
Llega Sven, un individuo que huele a tigre fatigado, Le da un beso a Amarilla en la boca, en la mitad de los dientes y mierda, pienso que este par se quiere. Sven dice que el próximo sábado la va a llevar al hipódromo y que va a apostar por Escarabajo, que Escarabajo lo va a sacar de la quiebra y le promete que se emborracharan con vodka en una tarde de sol y que irán a la playa y le comprará una pelota de colores y le dirá que la ama. Pura mierda.

5:00 p.m.
Estamos de nuevo en el apartamento de Amarilla. Sven le dice a Amarilla que los sábados son los días del amor y los caballos y entonces se encierran y hacen el amor. Me dan ganas de ahogarme en salsa de tomate trip trip trip.

6:00 p.m.
Debajo de la puerta de Amarilla empieza a salir humo. A los pocos instantes salen Amarilla y Sven desnudos. Sven se dirige a la cocina y trae un balde con agua y lo hecha sobre la cama, que está en llamas. Amarilla le grita a Sven que se vaya que haga lo que le dé la puta gana. Sven trata de abrazarla y le dice fresca muñeca, no ha pasado nada. Amarilla se pone a llorar y dice que tiene ganas de vomitar. Sven le dice tranquila muñeca, vomita. Mierda, mucho trip trip trip. Amarilla coge la ropa de Sven y la lanza por la ventana y después empieza a lanzarle los vasos a Sven. Uno, dos, tres. Cuatro putos vasos. Qué cosa tan seria. Sven sale con toalla enrollada y recoge su ropa. Desde abajo le grita a Amarilla que es una muñeca muy salvaje, como a él le gustan trip trip trip.

7:00 p.m.
Salimos de nuevo a la calle. Amarilla lleva consigo su ropa y la va regalando por el camino. Me siento como en esos cuentos de hadas donde la princesa perdida va dispersando cosas para recordar el camino a casa. Entramos a un bar y Amarilla pide una botella de vodka y le regala una camisa de flores al hombre del bar. Una canción triste suena en el fondo. Don´t Leave Me Now. Amarilla enciende un cigarrillo, mira hacia el fondo del bar, se marea con las luces, mira a esos hombres de camisas de colores que entran con esas miradas que dicen hoy soy todo tuyo mamita y entonces Amarilla dice un momento muñecos hoy no quiero enredos don´t leave now trip trip trip. Amarilla se echa todo el contenido de la botella por todo el cuerpo. Después se acerca al hombre que atiende en el bar y le dice que cuando lo ve no sabe si darle un beso o cortarse la venas. El hombre le dice, fresca muñeca, todas las muñecas son iguales y le indica que el baño esta al fondo a la derecha y que cerca del espejo hay una cuchilla. Fresco muñeco, le responde Amarilla y entonces pide un cocktail llamado Lluvia ácida.

8:00 p.m.
La noche está demente. Las luces de la ciudad son pequeños ojos rotos, locos, alucinados que nos vigilan. Me dan ganas de estar en la mitad de una autopista. En la esquina nos encontramos con Sven. Se abrazan y Amarilla le dice que le haga el amor hasta el amanecer, ni mas faltaba preciosa, que le meta la lengua hasta el estómago, que le toque el culo una y otra vez porque está haciendo frio, que no deje de lamerla mientras suena Touch Me, que le inyecte susurros entre sus dientes Touch Me, que le toque sus manos llenas de pequeñas líneas solitarias Touch Me, sus nalguitas rosadas Touch Me, sus ojos llenos de pececitos nocturnos, sus palabras invadidas de cielitos rasgados Touch Me please hasta el amanecer, hasta cuando el sol raye el cielo con su luz, ni mas faltaba muñeca trip trip trip.

9:00 p.m.
Muere el viejo Job. El apartamento está lleno de gente. Mierda. Amarilla entra y le da un beso en la frente al viejo. Amarilla pregunta por Lerner, el gato tímido de Job, pero nadie sabe dónde está. Amarilla y Sven van a comprar flores para Job. Al poco rato regresan.
Subimos a la azotea. La noche. La lluvia. El calor. Amarilla esparce las flores sobre la noche oscura. Las flores caen y se infiltran en el olor de la oscuridad. Lentamente flores blancas sobre la espuma de la noche. Una. Dos. Tres. Cien flores en la calle, en la humedad del reflejo de las nubes en la lluvia. Flores. Flores en el núcleo de las babas de Amarilla. La lluvia. Empieza a llover y las gotas de lluvia mojan la noche, las manos, las flores de la calle. Amarilla dice que los sábados son los días de los gatos, de los caballos y de los muertos. Mierda, qué cosa tan seria. La ciudad entera está muerta trip trip trip. Flores. Flores. Lluvia.