domingo, 7 de diciembre de 2008

CAPITULO 5: EL ALIENTO DE MARILYN

Y entonces me acordé de esos wc donde había entrado muchas veces en los bares. Esos wc que olían a calzones rosados y donde siempre había alguien mirándose frente al espejo y decía oye nene ¿me regalas un poco? Claro por qué no, toma un poco, y entonces el espejo se llenaba de pequeñas gotas de sangre y whisky y después llegaba la policía, tranquilos muchachos, aquí no ha pasado nada y sacaban al chico que había tratado de escribir su nombre con sangre en el espejo. Mierda, esos wc eran más inteligentes que cualquier cosa. Siempre había allí gente que lloraba, que gemía, gente que se cortaba las venas mientras sonaba I Wanna Run With You, gente que pasaba sus días sobre las olas de los orines, gente que tenía el corazón ensopado en orines y whisky I Wanna Run With You, gente que se levantaba en las mañanas vuelta mierda y en la noche se iba al wc del bar y te decía tranquilo chico ¿todo bien? Claro, todo bien, y después de todo era igual, la música, la policía, la botella estallada en la cabeza. El ritmo de los días se vivía en el fondo de un wc con un poco de whisky, con un poco de orines, con un espejo, con I Wanna Run With You y al final todo bien.
Eran las tres de la tarde. Hice una pequeña siesta. El ruido de Max afuera me despertó. Max estaba terminando de componer el aviso de Café del Capitán Nirvana. Me dijo que había que esperar la noche para ver como brillaba el neón en medio de los susurros del mar. La conté a Max el sueño que acababa de tener. Estaba en la mitad del mar y de pronto vi a Amarilla a bordo de su bote blanco. El mar estaba perfectamente azul, perfectamente liso. Parecía una inmensa tela azul salpicada por gotas de luz. Amarilla estaba en su bote, vestía una camisa blanca, de esas que se deben lavar a 20 grados de temperatura con jabón especial y comía enormes naranjas azules y me dijo con las manos, con las babas, con el sol, hola muñeco y yo le dije hola muñeca y entonces después trate de llegar hasta el bote pero Amarilla me lanzaba las naranjas azules sobre mi cabeza y cada vez me iba hundiendo más y más hasta que me despertó el ruido del taladro y no le pude decir más hola muñeca vámonos a otro sueño. Hablamos de Amarilla. Le mostré una foto que me tome una tarde en el hipódromo con una polaroid de contrabando. Estaba recostado contra una baranda y al fondo se veían las graderías del hipódromo. Llevaba mi chaqueta azul, mis gafas de sol, un Strike entre mis labios y un Kilométrico de mina negra en mis manos para hacer las apuestas. Detrás de mi había alguna gente. Algunos llevaban cigarrillo en sus bocas. Un hombre a mi lado tenía una cerveza en la mano y en la otra unos binoculares. Ese día tenía ganas de mezclarme con la gente, ganas de marearme con los perfumes de esas mujeres que fumaban a mi lado, ganas de decirles muñecas, pasemos la tarde juntos, no les preguntare el nombre hey muñecas, el día no está para problemas, yo no quiero problemas. En verdad, cada vez que iba al hipódromo la sangre me bullía en mi interior. No pensaba en nada desagradable. Solamente me dejaba llevar por el sol, por el cielo azul por el olor de los caballos y de las mujeres. Me tomaba una cerveza, encendía un cigarrillo y creía en Dios cuando una mujer pasaba junto a mí y me decía cuidado nene y yo le decía claro nena, sigue tu camino. Estos días son inolvidables. Los llevo en la mitad de mis huesos.
Eran días delgados que pasaban como por debajo de la luz de la tarde, como por debajo de la cerveza, como por debajo de Dios, días donde todo el mundo tenía una sonrisa en los labios y le decían a uno no te conozco pero me caes bien, todo bien, claro.
Ese día había ido a apostar por mi caballo favorito: Creole. Realmente era mi última esperanza. Estaba sin trabajo y lo poco que me prestaban lo invertía en Creole. Creo que siempre apostaba por Creole porque me parecía que tenía un nombre honesto, limpio, fresco.
Esa tarde esperaba la carrera. Carril cuatro para Creole. Mientras esperaba a Creole me tomé varias cervezas frías y fume varios cigarrillos. Observe la gente a mí alrededor. La mayoría estaban concentrados en sus apuestas. Hablaban, gritaban y se contaban las cosas que les habían sucedido esta semana. A mi lado un anciano jubilado de chaqueta blanca y que olía a ajo me dirigió la palabra. Me trato de muchacho y me empezó a hablar de que apostar era todo un arte y que debería ser considerado una de las bellas artes. Me dijo que solo había que pensar en los nombres de los caballos Realmente esos nombres eran pequeños poemas de una o dos palabras, leves poemas de arena, licor, emoción, sol, crines y dinero. En resumen, venir al hipódromo era la síntesis de la vida.
- Nada en el mundo tiene esos nombres tan sonoros como los caballos, ni siquiera las mujeres – agregó el anciano, que olía a ajo.
Purpura profunda, Mariposa del Tíbet, Cuba, Capitán Berlín, Comandante Cero, LSD, Estrella polar, Orión, Sandinista, Mermelada. Todos eran nombres de fuerzas, nombres que invocaban otras cosas. El anciano me dijo que todos los sábados eran sus días sagrados. Se ponía si chaqueta blanca, que le había regalado su mujer, y se venía al hipódromo a gastar el día viendo como LSD, Sandinista, Cuba y Capitán Berlín sudaban y corrían bajo el sol de la tarde.
- Vea. Púrpura Profunda es una yegua atroz. Siempre parte por el carril numero uno. Es una yegua casi diosa, casi un ángel. No más hay que ver como entrecruza las manos y las patas. Uno, dos, uno, dos. Es una sinfonía sobre la arena. Mariposa del Tíbet es otra yegua preciosa, espectacular. Parece hecha de nieve de viento fresco. Carril número dos. Cuídese de los ejemplares de más de tres palabras. Desconfié de ellos muchacho. Fíjese en Cuba. Es un macho joven, perfecto. Carril número tres. LSD puro veneno en sus patas. Es como los hongos. Como el peyote del desierto.
En todo caso al rato me aburrí de la conversación del anciano que olía a ajo y fui por una cerveza. Quería cruzarme con la gente, con las mujeres de blusas vaporosas que fumaban cerca de las barandas y que hablaban de ir a la playa a tomar el sol. Mientras avanzaba hacia el bar del hipódromo todo a mí alrededor olía a arena, a sudor, a chanel número 5, a labial rosado. La tarde estaba hecha de un poco de LSD, de un tanto de Heineken, de tabaco rubio de Virginia, de crin de Capitán Berlín, de champú de fresa contra la resequedad del pelo, de jeans azules, de kilométricos de minas azules y negras, de gafas de sol y de miradas que se incrustaban en la pista de arena.
Creo que fue al regreso cuando tropecé con una mujer que llevaba en sus manos el diario. Pedí disculpas. La mujer olía a lavanda, a tarde de sábado. Olía como si hubiera estado sobre la hierba fresca leyendo la página de los caballos. La mire a la cara y en sus ojos vi a Purpura Profunda, a LSD y me dieron ganas de decirle muñeca no quiero problemas, solo quiero oler tu perfume, solo quiero pasar la tarde junto a ti, solo quiero que hablemos y que nuestras palabras se vayan con el humo azul de nuestros cigarrillos. Muñeca, solo quiero meterme un poquito más allá de tus olorcitos, todo bien. Nos sentamos. Le ofrecí un poco de Heineken. Me hablo y me pareció olía como debía oler el aliento de Marilyn Monroe: a rosas rojas en medio de la turbina de un DC-3 plateado en una noche de lluvia. Esta mujer que estaba a mi lado expulsaba palabras que olían a tinte dorado, a faldas blancas, a cigarrillos rubios con café y brandy. Me dijo que se llamaba Amarilla y que todo bien, fresco loco, que me sentara junto a ella, que le hablara, que le dijera muñeca todo bien, que ella también respondería todo bien, que no quería problemas.
- ¿A qué te huelen tus sábados? Los míos huelen a brandy y rosas podridas – me dijo Amarilla mientras encendía un cigarrillo. No supe que inventarle. Para salir del apuro le respondo que no me gustaban las rosas y que mis sábados olían a lata vacía de cerveza. En todo caso no fue una respuesta genial, pero Amarilla se sonrió y yo me deje llevar por el olor de su tabaco, por el perfume de su cuello, por ese desasosiego que emanaba de sus palabras.
Le hable a Amarilla de Creole. Amarilla iba a apostar por el Capitán Berlín. Sin embargo, Creole no gano esa tarde y tampoco el Capitán Berlín. Hacia las seis de la tarde salimos del hipódromo y fuimos a un café de la Avenida Blanchot a tomarnos una copa. Caminamos en silencio. Fumamos mientras observábamos la eterna caída de las hojas secas. El bar estaba un poco aburrido. La gente está como apagada, como si llevara huesos de plomo por debajo de sus vestidos y entonces me pareció que Amarilla se estaba aburriendo y que había que hacer algo, había que decirle algo y entonces le solté algo oye muñeca, no te aburras y me dijo fresco muñeco, no me aburro, pero al final todo bien, Si, todo bien. Amarilla estaba todo bien. Todo bien sus labios rojos. Todo bien sus manos que encendían los cigarrillos. Todo bien muñeca cuando me dijiste Sven tranquilo muñeco otro vodka claro muñeca, todo bien. Todo bien el olor de Amarilla. Todo bien la noche en el bar, la música, el vodka, ligth my fire, en fin todo bien muñeca. Al principio hablamos de nuestros respectivos trabajos. Amarilla trabajaba haciendo traducciones. Yo le conté desde que me acababan de despedir del diario donde trabajaba desde hacía algunos años en la sección de deportes, pero le dije tranquila, todo bien muñeca, es suficiente que estemos los dos aquí, todo bien y que me digas muñeco y yo te diga muñeca mientras la noche se desangra en el fondo del vaso de licor, todo bien.
Después la acompañe hasta su apartamento y nos despedimos y le dije que quería verla al otro día, que ese día había estado todo bien y que deseaba que al otro día todo estuviera bien muñeca y ella me respondió mientras encendía un cigarrillo, claro nene, todo bien mañana nos vemos, pero me indico que no la llamara antes de las diez de la mañana porque a esa hora siempre estaba vuelta mierda y no del todo bien, claro.
Camine por la Avenida Blanchot y desde ese día supe que Amarilla estaba hecha de mucha oscuridad, pero al mismo tiempo de mucha luz, como si se hubiera revolcado durante miles de años en la espuma del mar, en las estrellas, en la arena, en las sombras y de pronto se me hubiera aparecido así, casi perfecta, casi diosa, casi animal. Me acorde de su aliento a Mariln Monroe. Mi cuerpo estaba impregnado de ese olor a rosas y violetas en medio de la turbina DC-3 plateado en una noche de lluvia.
Llegue a mi apartamento y marque con kilométrico de mina negra en el calendario de cigarrillos Pielroja donde aparecía una mujer de dientes blancos fumando un cigarrillo mientras reía. No podía dormir. Me puse a escuchar música y me recosté en el sofá mientras sonaba la Sinfonía N° 5 en Do menor Op. 67 de Beethoven ejecutada por la Orquesta de Conciertos Lamoureux, dirigida por Igor Maketevich. Me fume un cigarrillo y hasta mi llegaron los gritos de esa tarde, la crin de LSD, la espuma dorada de la Heineken, el labial rosado de Amarilla. Era como si es tarde hubiera vivido a través de gotas de lluvia de un vidrio, como si esa tarde se hubieran reunido todos los segundos, todos los minutos, todas las horas, todos los olores, todos los colores que me permitieron conocer a Amarilla.
Al otro día, domingo, llegué a primera hora a su departamento y me recibió con hola precioso ¿todo bien? Claro Amarilla, todo bien. Luego fuimos a caminar sin rumbo fijo. Compramos los diarios y nos sentamos en una banca de un parque. Parecíamos dos pequeños colegiales leyendo libros escolares antes de que pasara el bus, Realmente no sabíamos de que hablar, pero todo bien.
Amarilla hizo una anotación curiosa. Me dijo que los domingos siempre esperaba encontrar en los diarios una noticia especial. Algo fuera de lo común.
- Siempre abro el diario y espero leer noticias como por ejemplo que hay una nueva receta de mariposas con dinamita o algo así. – Después caminamos por la Avenida Blanchot. Entramos a un almacén de chocolates. Desde que era chico no entraba a esa tienda. Una señora obesa y demasiado blanca nos atendió. Me pareció que sus senos eran como dos enormes quesos tilsit. Los chocolates tenían forma de animales. Águilas, perros, gatos, serpientes de chocolates. Amarilla compro una libra de águilas de chocolate. Salimos y fuimos a un parque a comernos los chocolates Amarilla empezó a contar que cuando era pequeña una vez se le apareció Santa Claus. Pura mierda.
Creo que hacia el medio día nos metimos a una película. Durante la proyección Amarilla se recostó en mi brazo y cada vez que alguno de los personajes hablaba Amarilla se repetía el dialogo. Después salimos de nuevo a las calles, de nuevo nos metimos a ese olor a gasolina con sotana cural que tienen los domingos. Fuimos al malecón y Amarilla fue dejando caer una a una las hojas de los diarios sobre el agua del mar. Nos comimos toda la libra de águilas de chocolate. Toda la tarde nos quedamos observando los barcos que salían de la bahía. En la tarde fuimos a las fábricas. Anduvimos por aquellas calles llenas de humo y aceite y nos acercamos a los vagos que se calentaban las manos en pequeñas hogueras buscando a Pink Tomate, un gato que se le había perdido a Amarilla, un gato al que Amarilla le contaba cuentos en las mañanas, un gato todo bien, que se había ido tal vez para la mierda y entonces seguimos caminando por esas calles y Amarilla se acerco a los vagos y les dijo muchachos ¿la han pasado bien?, y ellos le respondieron no tan bien como tu preciosa y mierda, ese día recorrimos toda la zona de las fabricas buscando a Pink y al final ya estábamos cansados y yo de lo único que tenía ganas era de tenderme sobre la hierba y escuchar la voz de Amarilla diciendo ¿La has pasado bien?, pero ella seguía obstinada buscando a Pink Tomate hasta que se nos acabo el whisky y yo le dije muñeca ya no doy mas y ella dijo está bien muñeco, todo bien. En todo caso Pink Tomate se había escapado desde hacía una semana y no había aparecido y para Amarilla eso era fatal. Pink Tomate era su única compañía. Pura mierda.
Ningún vago dio razón de Pink Tomate a pesar de la detallada descripción que dio Amarilla. Amarilla les dijo, mierda, que Pink Tomate era un gato que le gustaba el licor y que si uno se ensopaba la mano con el alcohol venia y le lamia la mano lentamente como si fuera el último sorbo, que era un gato con problemas, que vaina, pobrecito, pero que era un gato todo bien, un gato que se la pasaba todo bien. Un vago sacó del bolsillo una botella y se restregó las manos en alcohol.
Finalmente llegamos al puente. Ocho de la noche. Amarilla miro hacia las fábricas. Enormes penachos de humo se infiltraban entre las nubes de aquel cielo de domingo. La ciudad olía a cebolla. Amarilla llamo a Pink Tomate desde el puente.
Después nos metimos a un bar de calle Zebina, entre las carreras 56 y 57, abajo del parque donde partían los buses. Bar Los Moluscos. Pedimos un par de copas de vino.
En Los Moluscos el ambiente estaba algo caliente. Sonaba Wild Thing de Hendrix y varios borrachos se preparaban para armar una pelea en el bar.
Amarilla fue al baño y me dijo que siempre que había pelea en un bar se sentía en una fiesta y que tenía que ir frente al espejo y echarse labial y decirse frente al cristal esta es tu noche nena mientras se daba cachetaditas y yo le dije está bien nena aquí te espero.
Cuando estaba terminando Wild Thing un borracho le estallo una botella de vodka a un hombre de gafas verdes y camisa azul, que parecía sacado de un cromosoma del abominable hombre de las nieves. Amarilla llego del wc, se sentó al lado mío y se puso a animar la pelea desde la barra. Movía sus brazos como si espantara moscas invisibles, indivisibles. Sus manos por momentos se perdían en las nubes de humo azul del tabaco. Su voz sonaba como una lata de cerveza y yo le dije muñeca esto está muy heavy, pero ella estaba feliz y me dijo no me jodas muñeco, no me jodas porque cuando suena Wild Thing you make my hearth sing me emociono y no pienso en nada más, tranquila muñeca no quise decir eso , fresco loco, no me jodas muñeco que cuando estoy en un bar me gusta sentir el calor de las peleas, me gusta sentir las miradas tristes que me dicen oye oye aquí estoy yo y allá estás tú, ven y háblame un rato, fresca muñeca no te vuelvo a decir eso, no me jodas cuando bebo mi whisky muñeco, déjame en paz y entonces nos quedamos otro rato viendo la pelea del bar y luego seguimos tomando y hablando y cuando iban a cerrar el bar Amarilla me dijo oye todo como va y yo dije oye cómo va, todo bien muñeca.
Después nada especial. Llego la policía y se llevo a los borrachos. Estuvimos un rato más en Los Moluscos. Cuando salimos la noche se había tomado por asalto el domingo. Las calles estaban desiertas y un viento salvaje recorría la copa de los árboles y yo tenía en la mitad de los huesos, en la mitad de la sangre el olor de Amarilla, el olor de ese domingo lleno de whisky, águilas de chocolate, babas, nalgas, lluvia, noche, peleas, wc, humo y desolación. Desamparo. Silencio. El bus. La sangre. El licor. El bar. Los puños. El olor de la sangre derramada. El vodka. El domingo. Amarilla. Muñeco. Fresco loco.
Llegamos al parque, a la estación de los buses. Amarilla se subió al Meissen-Trinidad Ruta 45E, Transporte sin subsidio. El conductor esperaba que el bus se llenara. Alguna gente estaba sentada en el bus. Aquel bus parecía un acuario sucio pleno de cabecitas inciertas metidas en esa agua pestilente llena de olas de gasolina, silencio, humo, once y treinta y cinco p.m., bolsa de almacenes Only y desolación. Amarilla se subió al bus. Me dio un beso en la mejilla. Me sentí como cuando tenía la primera novia y le tocaba despedirse entre los arbustos al frente de la casa antes de que el papá saliera con el periódico en la mano como si fuera a espantar con las páginas de los clasificados los besos.
El Meissen-Trinidad Ruta 45E rompió el silencio de la noche y se perdió calle abajo. Al poco rato un bus se me acercó y me preguntó para donde putas iba.
- Saigon, Segunda Etapa –respondí. El hombre del bus me hizo una señal de que me subiera. Ya estaba finalizando el domingo. Durante el trayecto no se subió nadie y me puse a hablar con el conductor. Le conté que había conocido a una mujer que se llamaba Amarilla.
También le conté que se le había perdido un gato llamado Pink Tomate y que si lo veía algún día durante el trayecto entre el bar Los Moluscos y Saigón Segunda Etapa me llamara urgentemente al 67848484 con el 3 adelante porque habían cambiado el indicativo.
Aquella noche el sudor de Amarilla se me pegó a los sueños. Era claro que Amarilla era un sudo luego existo después de una copa de brandy, sudo luego hago el café, sudo luego copulo, sudo luego cago, sudo luego me angustio, sudo luego me arañas. Amarilla era en esencia sudo luego dudo.
Max miro hacia el cielo. Me dijo que ojalá esta noche no se apareciera ningún muerto en el café del Capitán Nirvana. El mar bullía como si un millón de ballenas estuvieran revolcándose en el lecho del océano entre los moluscos, los tiburones y los cascos de los barcos hundidos. No sé qué pasaba. El día olía a atún. Era como si Dios hubiera creado este mundo a partir de una lata de atún contenido 200 gramos. Max sirvió mas vodka y yo le dije a Max oye cómo va y Max me respondió oye cómo va, todo bien.

1 comentario:

Luis Jorge dijo...

Por favor sigue publicando este librom vivo en méxico y jamás pude conseguirlo un millón de gracias

:D